Nora Strejilevich - Materiales - ES ILEGAL ROBAR NIÑOS



LAS ABUELAS DE PLAZA DE MAYO

ES ILEGAL ROBAR NIÑOS
“En los primeros días una llora tanto…”


En Buenos Aires, una cotidiana inevitabilidad es el mate, una bebida hecha de una hierba seca en agua caliente, generalmente compartida en ronda comunitaria desde una pequeña calabaza, bebida con una bombilla. La ceremonia del mate es omnipresente. Aun en las calles, hacer reparto de termos de agua caliente en bicicleta no es un modo inusual de ganarse “una vida de tercer mundo”.

Un segundo rasgo inevitable son los rostros de los que faltan, los rostros de los desaparecidos. Sus caras aparecen con frecuencia en los periódicos en los aniversarios de las fechas de desaparición.

“La realidad era que había tumbas anónimas en …. todo el país …”
No sorprende, entonces, que el día en que visito el Centro Cultural San Martín para ver una muestra llamada “Laberinto”, encuentre a un grupo de señoras mayores pasando un mate de mano en mano, en medio de una extensa exhibición de reliquias de la historia humana. Estas señoras son las Abuelas de Plaza de Mayo, mujeres cuyos hijos fueron arrancados de sus familias. Las Abuelas se han organizado para encontrar a los hijos de sus hijos, pequeños niños también robados por los militares, o bebés nacidos en campos de concentración y centros de tortura y, mediante un improvisado proceso de adopción, entregados a policías o matrimonios militares quienes, sin hijos, se habían anotado en listas esperando a estos bebés “gratuitos”.

“A los chicos había que rescatarlos… y llevarlos a familiares de oficiales o amigos de oficiales…” -- Cita del Capitán Adolfo Scilingo

LA IDENTIDAD ES UN DERECHO HUMANO BÁSICO dice la publicidad para esta exhibición que marca el 20 aniversario del golpe de estado en Argentina. Cien mil personas se unieron en una marcha para hacer constar su queja contra los abusos a los derechos humanos cometidos durante la dictadura. Pero pocos de nosotros hemos venido a observar estos escasos aunque persistentes trozos de vidas que la exhibición ha ensamblado. Algunos de los hijos desaparecidos de las Abuelas están representados no sólo por un retrato que se aproxime a sus imágenes en el momento de la desaparición—una colación de grado o foto de casamiento—sino por fotografías de diferentes momentos de su niñez. También aparecen por ahí algunas tarjetas de cumpleaños o poesía, o una libreta de calificaciones.

“¿Sos vos, hijo?” al oír un ruido inesperado.
“Pero lo tengo en casa. En casa puedo escuchar su voz”.

Nada de esto tiene que ver con el sentimentalismo. Aún queda la esperanza de que alguien encontrara un parecido en el hijo de unos vecinos o conocidos cuyo caso parece ser sospechoso. “Mirame”, parecen decir estas fotos. “¿Podrá un niño en tu barrio ser mi pequeño doble?” Algún pequeño gesto, características faciales, un rebelde remolino en el pelo—¿podrán estos rasgos desatar una pista para resolver un viejo misterio de una vecina que de pronto produjo un bebé durante ese período sin señales de un embarazo?
De hecho, las Abuelas han sido acusadas de arruinar el proceso de adopción para la comunidad en general al infundir la sospecha.

“Y las palabras del Dr. Clay Snow (antropólogo forense, después de examinar los restos de su hija desaparecida) que me llama aparte y me dice, ‘Estela, tú eres abuela.’ Ahí terminé de hacer el duelo”. -- Cita de Estela Barnes de Carlotto

Bajo el liderazgo de Estela Barnes de Carlotto, su presidente, una mujer extraordinaria y talentosa que durante muchos años las ha unido, las ha representado internacionalmente en incontables conferencias de Derechos Humanos, y ha trabajado sin cesar en un ámbito local de limitadas promesas, las Abuelas de Plaza de Mayo se han convertido en una organización sofisticada, conocida por su método científico. Gracias a la colaboración de cientificos y antropólogos, las Abuelas han acumulado un banco de datos que les ha permitido devolver a varios niños a sus verdaderas familias. Se han localizado 77, gran parte de los cuales han recuperado sus identidades y familias. Algunos, a pesar de permanecer con sus familias adoptivas, han expandido su mundo manteniendo relaciones con sus familias biológicas.'

Se determinó que siete niños fueron asesinados.
“Tengo que confesar que fui muy ingenua, y que a más de ocho años de la desaparición de ellos, yo los seguía esperando”.

Últimamente, unos cuantos niños han sido localizados pero el paso lento de las cortes de justicia no deja que se los restituya. Y unos cuantos otros han permanecido con sus familias adoptivas (“Familias Apropiadoras”, según las Abuelas), en el dilema agonizante de “¿quién seré?”.

Pero la estadística más potente y convincente es que quizás más de quinientos niños aún siguen sin ser encontrados, y viven, por lo tanto, vidas que no les pertenecen, o no viven las vidas que cada persona tiene derecho a vivir al nacer en el mundo.

“Lo primero que dijo es ‘no, no es’. Después con el tiempo entendimos que todas decíamos ‘no es’… cuando encontrábamos, porque es difícil aceptar que es a partir de que, si es, uno cae en la cuenta que realmente están desaparecidos los adultos”.

Más allá del brillo, del rápido y sofisticado ritmo que caracteriza a Buenos Aires, más allá de la belleza y el misterio de sus edificios viejos, el juego de luz y sombra siempre presente en las calles gracias a los enormes y prodigiosos árboles, la sensual queja del tango, aquí en esta ciudad los curiosos se enfrentan inevitablemente con las causas mayores de la condición humana. ¿Quién tengo derecho de ser?

En la era de la globalización y la urbanización, quizás esa pregunta no sea sorprendente; es una pregunta al borde de la experiencia urbana. Sin embargo, no en todas las culturas nos vemos enfrentados con la pregunta: ¿Es mi identidad mi derecho de nacimiento? Siendo madre de dos hijas adoptivas, ahora mayores, puedo criticar el proceso de adopción desde muchos ángulos. Puedo reconocer que una madre que entrega a su hijo en adopción puede haber estado presionada por la sociedad y las circunstancias a tomar una posición de aparente obligación. He leído acerca de las “adopciones abiertas”, con el incómodo reconocimiento que, de haber sido uno de los individuos que participaron en entregar a un hijo en adopción, probablemente me hubiera desanimado y hubiera seguido buscando un proceso de adopción anónimo y más cómodo—y por lo tanto, posible. En los casos que tratan las Abuelas de Plaza de Mayo, nunca hubo opciones posibles. Los abusos de poder fueron absolutamente totalitarios y en la mayoría de los casos acompañados de tanta crueldad, que no queda lugar para la especulación acerca de quién debería tener el derecho de otorgar una identidad sobre los inocentes.

Estamos hablando de familias que han sufrido la incertidumbre y la agonía de tener a sus amados hijos arrancados de sus vidas cotidianas—niños en pleno desarrollo de su juventud y su potencial, sin descontar su potencial de ofrecer a sus padres envejecidos la proyección hacia el futuro a través de sus descendientes. Y no solamente descendientes, aunque la palabra en este caso tiene el sonido metálico de una moneda, sino maravillosas personitas para ser mimadas, aireadas, formadas y adoradas; y quienes a su vez descubrirán todo tipo de referencia al pasado: referencias físicas (el pelo rojizo de tía Sofía, los pies largos y angostos del bisabuelo) y referencias abstractas (el mal genio de papá, la inteligencia de la abuela, la terquedad de mamá).

Seguramente no existen palabras para describir la alegría que debe acompañar la recuperación de los descendientes de uno, especialmente si además se glorifica mediante el triunfo sobre la injusticia. Pero como ciudadana de los Estados Unidos, me viene a la mente la existencia de grupos de apoyo que pronuncian los problemas y las quejas de los abuelos que están obligados a renunciar a la libertad de responsabilidad que implica la jubilación en nuestra cultura. ¿Quién es responsable de los niños de padres que, por la razón que sea, son incapaces de proveer un sustento y una identidad a sus hijos? Además, cuando recordamos las pequeñas rarezas y actitudes que marcaron a nuestros propios abuelos, o que echaban a perder la habilidad de nuestros hijos de entenderse con nuestros padres, debemos preguntarnos si los abuelos son, honestamente, los verdaderos herederos de tal responsabilidad.

“Mi marido estaba internado en el sanatorio. Cuando le dan el alta, yo le digo, ‘mirá, yo durante todo este tiempo estuve al lado tuyo. Ahora te vas a ir con tu hermano a casa… Pero desde ya te digo: a partir de este momento, yo no vuelvo definitivamente a casa hasta que no llegue la nena’.”

Se aludió al drama de una Abuela de Plaza de Mayo en la película que se difundió muy pronto después de la dictadura, “La Historia Oficial”. Pero en general, los hijos de los desaparecios que fueron recuperados, e hijos de los desaparecidos que se salvaron del secuestro, se merecen y necesitan privacidad. La prensa ha estado involucrada hasta cierto punto en las recuperaciones—de los mellizos Miara, por ejemplo, y brevemente de Paula—pero en general a estos jóvenes, todos adolescentes o mayores ya, se les ha permitido elegir su destino en relativa privacidad, para decidir entre padres que conocen por un lado pero que son nombrados por el público como torturadores perversos; y por otro lado, familiares de sangre quienes les prometen solamente un futuro incierto en conjunto con una identidad que quizás resulte difícil a la cual ajustarse.

Los nietos recuperados han formado una organización de apoyo, la cual ha organizado la exhibición llamada “El Laberinto”. La exhibición es parte de la muestra en el Centro Cultural San Martín. Rápidamente se nota que estos jóvenes han desarrollado tanto su inteligencia como su sentido de la historia. Con lo poco que se podría encontrar en la basura del día han formado una exhibición que no solamente invoca su historia a nivel de las entrañas, sino una que muestra su vulnerabilidad y creatividad.

Justo pasando la entrada de su pequeño túnel de exhibición vemos un pulcro pueblo de un niño de jardín de infantes hecho de dibujos, juguetes, mueblecitos de juguete, y muñecas. Todo está tranquilo dentro del pueblo—los niños duermen en sus camas, los papás y las mamás también, hasta el gato y el perro. Pero fuera del pueblo en un círculo están los soldados con armas en posición de ataque, y un helicóptero ronda en el aire.

En la siguiente escena de objetos encontrados hay una valija abierta con su fuerte sugerencia de partida. Pero más obvio es el desorden de gran apuro, una cualidad frenética—dinero desparramado, libros para niños, mate volcado, una cartera abierta. Una exhibición que acompaña a ésta, también representando el desorden, toma la perspectiva del conquistador: una botella rota de Johnnie Walker, otra a punto de volcar su contenido, un pequeño charco de sangre. Y una caja vacia de chocolates, esos inocentes símbolos de decadencia. “¿Quién comió estos chocolates?” pregunta un cartel. La alusión, por supuesto, es a la indignación por la brutalidad y el saqueo que infaltablemente ocurrían durante estos secuestros de los inocentes, cuya propiedad—e hijos—eran carta blanca para la apropiación.

“Y nos quedamos tranquilos esperando el fin del Mundial. Ese sería nuestro momento”.

Los nietos conocen su historia. En 1978, en el auge del gobierno militar, la Argentina fue país anfitrión de la Copa Mundial, el campeonato mundial de fútbol. Como antídoto a las advertencias de los Estados Unidos, entre otros socios de negocios, se exhibía un affiche anunciando “Los Argentinos Somos Derechos y Humanos”. En la exhibición, la versión de los hijos mostraba al affiche con un oficial sonriente diciendo estas palabras, luciendo un collar de alambre de púa, con el estadio deportivo en el fondo. Hay fotografías de las calles llenas de militares y enormes camiones abiertos como si estuvieran esperando ser llenados con víctimas.

Y también hay una cabina para votar con un cartel que anuncia “Bienvenidos al hermoso mundo de la Democracia”. La cabina está decorada con artículos de los periódicos acerca de los juicios que el gobierno de Raúl Alfonsín inició cuando los militares se fueron del poder deshonrados y en bancarrota después de la Guerra de las Malvinas. Fotos, caricaturas y artículos que describen lo que todos los Argentinos saben, con comodidad o no, que el gobierno de Menem que siguió al de Alfonsín, perdonó a los pocos generales encarcelados.
Luego una pintura del niño de jardín, de un cementerio a cuyo pie está un vaso con flores marchitas. Affiches hechos a mano leen:

 

EL AÑO DE LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS.
EN LA TIERRA DE LA IMPUNIDAD
NIÑOS DESAPARECIDOS: ENCUÉNTRELOS

Una serie de fotos de una niña diciendo adiós a una hermosa y muy embarazada madre, acompañada de la tapa del libro ALGÚN DÍA … y uno de sus poemas:

 

Es sólo una historia
entre tantas historias
“mi otro yo”
“mi otro corazón”
A veces me pregunto
“dónde estás”
Quiero que sepas
tu nombre
tu otra verdad.
Y finalmente, una caja llena de pedacitos de papel con las preguntas escritas por los hijos. Se nos invita:
¿CÓMO CONTESTARÍAS A ESTAS PREGUNTAS?
Abuela, mi mamá y mi papá ¿están abrigados en la cárcel?
Abuela, ¿comen?
¿Si vuelve mamá me conocería?
(A un hombre en la calle que se parece a la foto de su padre):
¿Tiene a una niña perdida?
(Viendo a un policía en la calle):
¿Acaso no debemos alejarnos corriendo de estos malos?
Una carta a las abuelas, “las cazadoras de los niños”, está exhibida. Les desea una cosecha provechosa.

RETROSPECTIVA
Ingenuamente, yo había supuesto que podría tratar el tema de las Abuelas en las breves páginas anteriores. Pero, aunque quizás sean informativas, fueron escritas antes que yo misma llegara a ser abuela, antes de vivir una dimensión de mi vida que no había soñado. Porque, como tantos hijos de imigrantes en esta sociedad móvil, no había conocido a mis propios abuelos en mi infancia, el significado del rol, y con ello, la causa de las Abuelas me había eludido.

Tantos aspectos de las Abuelas ahora cobran para mí carne y color. Primero, una mujer mayor en los Estados Unidos de la actualidad generalmente puede elegir cosas. El ser abuela es sólo un componente de su vida y podrá llegar a ser corredora de maratones, activista política, jugadora de canasta o bingo, compradora compulsiva, o niñera, hasta madre sustituta de los hijos de sus hijos. También en la Argentina tales opciones comenzaron a abrirse en los años 80, especialmente entre las mujeres más acaudaladas y de mayor educación, tales como la Madre que encuentra una habitación propia para escribir.

El que los hijos o nietos de una persona estén desaparecidos, sin duda reestructura a estas opciones, y las mujeres que han persistido en su búsqueda de los desaparecidos tienen una carrera en sus manos que jámas hubieran elegido, una carrera larga, ardua y dolorosa, al final de la cual frecuentemente no hay nada más que congoja.

Es una carrera que exige la mayor parte de sus recursos fisicos, económicos y afectivos. Como explica Rita Arditti en su libro “Searching for Life” (University of California Press), el exigente y meticuloso rol de detective les ha sido impuesto, y su éxito muchas veces cuelga del hilo de una pista gratuita. En sus primeros encuentros en el Café Las Violetas, hablaban en código haciendo de cuenta que eran costureras. Una abuela tomó un trabajo como mucama para poder investigar de cerca la posibilidad de recuperar a un niño. Largas horas trabajando en las sombras, persiguiendo y hurgando archivos ha sido su tarea diaria.

“Una de las cosas, el aporte modesto que hice a mis compañeras, fue la utilización de pelucas, de ropas. Al frente había un dentista. Fui a que me examinara un poco (para quizás poder ver a mi nieta)”.

Asumir un rostro público les ha sido forzado a estas mujeres que quizás hubieran preferido mantener su privacidad. Viajar a otros países, ardua actividad debido a los fondos limitados, llegó a ser necesario, a veces bajo condiciones casi primitivas. Una abuela recuerda haber dormido en el suelo de un departamento prestado en Roma, y de haber mantenido una audiencia con las autoridades del Vaticano portando bolsas de plástico del mercado que contenían su cena.

Elsa Pavón cuenta que fue rechazada como demandante en la corte hasta que pudo aparecer acompañada de su marido y su hijo. El trato irrespetuoso y denigrante es lo que las mujeres han vivido constantemente. Lo que no se menciona son las represalias, el desprecio que las mujeres deben aguantar por parte de los hombres, y especialmente las mujeres de orientación más convencional, cuando asumen un rol público, en este caso tanto controversial como agresivo. Estoy segura que las Abuelas se encuentran muy solas.
Además, las abuelas han sido frecuentemente las que han mantenido unida a la familia en estos casos de crímenes militares (ya hemos hablado de los altos índices de mortalidad entre los padres de los desaparecidos). Los hermanos también se ven muy afectados. Esta misma Elsa cuenta que sus otras hijas, desaparecida su hermana y su bebé sin ser localizada, no puedieron quedar embarazadas ellas mismas hasta que recuperaron a la pequeña Paula—¡y de repente surgió una gran cosecha! A veces existía la necesidad de mentir, de negar, de hacer de cuenta que, porque especialmente al principio el ser abierto era peligroso y podría traer aún más intervención de las autoridades. Los efectos psicológicos de tal negación y confusión podrían ser devastadores, y hasta resultar en enfermedades mentales.

Al haber aprendido a ser discretas, a ser unidas, a valorar la privacidad y el estar concentradas y enfocadas en su labor, las Abuelas de Plaza de Mayo han contribuido enormemente a la causa y los métodos de la comunidad mundial de Derechos Humanos. Son ellas quienes solicitaron la colaboración de científicos en pruebas genéticas para promover su trabajo, un método científico que se ha desarrollado rápidamente desde que se alió con ellas.

Sus pérdidas han sido maestras duras y terribles. Pero las palabras no pueden captar la pérdida del niño mismo, una relación vital con un ser que los padres generalmente tenemos derecho a creer que la vida nos debe. La posibilidad que un nieto nuestro nos ofrece de reconquistar la experiencia de la infancia, del sentido de arraigo y nuestra propia continuidad, de conferir algo de nuestra cultura y leyenda familiar al mundo. Un nieto, en otras palabras, nos permite vislumbrarnos completos.

El libro más reciente de poesía de Juan Gelman se llama INCOMPLETAMENTE.

Este capítulo, escrito por Joan Lindgren, forma parte de un manuscrito en vías de completarse, titulado Translating Argentina. Joan Lindgren es editora y traductora de Unthinkable Tenderness, poemas selectos de Juan Gelman, University of California Press, 1997.

NOTA: Las citas en este capítulo fueron sacadas de comentarios hechas por Abuelas en la película “Botín de Guerra”.

Traducción del inglés al español: Ana Cecilia Martínez

 





© 2009 Nora Strejilevich