Por Nora Strejilevich
A
partir de la derrota en la guerra de las Malvinas (1983) que
marcó la caída de la dictadura, se practican
en la Argentina diversos tipos de testimonio que permean toda
la cultura: abarcan varios géneros y formas de arte
que van ocupando los espacios callejeros y se integran poco
a poco a la vida cotidiana de cada ciudad. Por eso se puede
hablar hoy en día de la recuperación de la colectividad
--todavía diezmada pero creando formas que revelan
el fin de una era. Estas modalidades de la escritura y del
arte intentan restituir la comunicación cancelada por
el terror y lo logran paso a paso.
La importancia de estos discursos y formas contestatarias
como la nueva canción o las marchas de grupos de derechos
humanos, junto con las formas de arte que las acompañan,
radica en que le restituyen a la población la libertad
que se experimenta al participar en espacios públicos
con una voz propia. Este fenómeno cultural, conciente
de su creatividad y poder liberador, permite elaborar el trauma
del genocidio. Quienes participan viven la reactivación
de los lazos sociales mutilados por el régimen dictatorial.
Se produce una lucha por los espacios culturales, en la que
los sectores sociales que se identifican con la necesidad
de rememorar siguen buscando e inventando formas adecuadas
a sus fines. Esos textos, películas, ensayos, obras
de teatro y poesías se erigen en símbolos de
un movimiento que se resiste a cualquier pensamiento homogenizante
que excluya el debate y el pensamiento.
Los movimientos de resistencia de hoy
Memory
does not consist in subordinating the past to the needs
of the present... if the future is for all things the measure
of value, memory has no ground: for he who looks to gather
the materials of memory places himself al the service of
the dead, and not the other way around.
Alain
Finkielkraut
Más de veinte años después del genocidio
en la Argentina los artistas, escritores, sobrevivientes y
organismos de derechos humanos siguen buscando y creando formas
de rememoración y resistencia, a pesar del ínfimo
apoyo que han recibido por parte de los gobieronos que siguieron
al régimen militar el hasta ahora (el actual gobierno
de Kirschner es el primero en admitir la responsabilidad del
estado en el genocidio, y en establecer un diálogo
con los movimientos de derechos humanos).
El “Proceso de Reorganización Nacional”
había prohibido entre otras cosas, las marchas públicas.
Pero las Madres de Plaza de Mayo no acataron esta orden y
a pesar del secuestro y desaparición de algunas, lograron
imponer su propio espacio urbano en el centro de la Plaza
de Mayo, frente a La Casa Rosada –o casa de gobierno--
junto a los principales bancos y la catedral Católica,
es decir, en el corzcón del poder econcómico
y político del país.
El 21 de septiembre de 1983, poco después de finalizar
la dictadura militar (1976-1983), se llevó a cabo en
Buenos Aires una extraña marcha: la mayoría
de los participantes estaban ausentes. Siete años más
tarde no sólo eran las madres las que ocupaban el espacio
público para denunciar la desaparición de sus
hijos. Esta vez miles de personas construían sombras
de papel evocando a los desaparecidos. Las siluetas se pintaban
en paredes, fachadas y veredas de la ciudad, marcando el espacio
que ahora ocupa la inconmensurable ausencia. Aunque su intención
original no sea artística, las figuras trazadas por
la multitud son un testimonio visual de gran impacto en el
espacio público urbano.
Veinticinco años después del golpe nuevos movimientos
sociales como las Asambleas Barriales, surgidas con la crisis
económica del 2001, en conjunción con los organismos
de derechos humanos, tomaron las calles con una variedad de
actividades en conmemoración de los desaparecidos.
Muchos vecinos se unieron a la ceremonia de memoria colectiva,
colocando pequeñas placas en los barrios donde vivían
los desaparecidos antes de ser secuestrados.
Queremos
reparar la dolorosa herida, transformarla en una marca que
pueda alertar la memoria y permitirnos reaccionar a tiempo
frente al autoritarismo, siempre destructivo.
Testimonio oral, Hospital Gutierrrez, Buenos Aires, marzo
del 2002
La
lucha por mantener viva la memoria es constantemente reprimida
por la policía del “gatillo fácil”.
Esta nueva represión apunta en su mayor parte contra
la generación de jóvenes que por primera vez
protestan a lo que llaman el “genocidio económico”
de la sociedad Argentina.
Durante
la dictadura vivimos una etapa muy dura y para aquellos
de nosotros que perdimos a un ser querido, esto nos hace
revivir el horror. Siento que los 18 años de democracia
han sido inútiles, tenemos la misma violencia, las
mismas instituciones de la época las cuales en ves
de protegernos nos aterran. Esto parece ser terrible en
este estado. Estar en este estado es estar en el peor estado
del mundo, porque estamos retrocediendo en la historia y
decir de otra vez. (Testimonio Oral. Buenos Aires, enero
2002)
El
testimonio directo –la primera forma en que se transmite
e inscribe el trauma-- se ha desarrollado enormemente en el
caso argentino ya que no se remite a una situación
pasada sino a una que permanece viva y presente mucho después
de la derrota del régimen militar.
El 20 de diciembre del 2001 30 personas fueron asesinadas
en la Argentina tras una histórica manifestación.
El presidente De La Rúa acababa de declarar un nuevo
estado de sitio y el cierre temporal de las cuentas de banco
(“corralito”). Este fue su último discurso
como presidente: fue derrocado por la presión que ejerció
la sociedad (sobre todo de la clase media) exigiendo su renuncia.
Una multitud salió a las calles para marchar hasta
Plaza de Mayo y Congreso golpeando cacerolas vacías
que representaban el hambre y la desesperación (“cacerolazo”).
El ruido de las cacerolas no cesó hasta la caída
del presidente. Tras ese paradigmático retroceso al
pasado, el Grupo de Arte Callejero (GAC) junto con H.I.J.O.S.
(Hijos por la Identidad, la Justicia, contra el Olvido y el
Silencio) organizaron una caminata por los lugares donde las
victimas habían sido asesinadas. El tramo fue marcado
por placas donde aparece el nombre del asesinado y un pequeño
altar con flores sobre la acera. Una voz que acompañaba
la marcha declaraba:
El
próposito de esta marcha es transformar el espacio
físico cotidiano en un lugar cargado de significado,
espacio destinado a la memoria y la denuncia. Para dejar
en la ciudad marcas históricas y permitir que cada
ciudadano participe en la construcción de este espacio.
Estamos decididos a mantener este espacio para la memoria.
Proponemos que otros grupos se apropien de esta forma de
preservación de la memoria y la repitan en todos
los sitios en donde este tipo de crimen haya sido cometido.
(Testimonio oral, Buenos Aires, 20 de enero, 2002)