Nora Strejilevich - Materiales - Chile: ARIEL DORFMAN


 


Chile: Entrevista a Ariel Dorfman


Foto: Martín Acosta.

Las tensiones de un exiliado en el imperio

Narrador, dramaturgo, ensayista, poeta. El chileno-argentino Ariel Dorfman vive en Carolina del Norte, enseña y edita en los Estados Unidos y estrena sus piezas en Broadway. Pero sigue escribiendo sobre las secuelas de las dictaduras latinoamericanas. Precisamente, la semana próxima se distribuirá su nuevo libro, "Memorias del desierto", donde vuelve sobre sus obsesiones. Las complejidades y las ventajas de una doble identidad lingüística y cultural.

POR ANDRES HAX

Con sólo escuchar el mensaje en el contestador automático de la casa de Ariel Dorfman en Carolina del Norte de los Estados Unidos es imposible sospechar que se trata del escritor al que Salman Rushdie llamó "Una de las voces literarias más importantes de América latina." El mensaje es como todos los mensajes, de todos los contestadores de todo el mundo, hablado en el inglés de un estadounidense nativo. Apenas se comienza a "dialogar" con la máquina Dorfman, abruptamente, levanta el teléfono pidiendo disculpas: "Quería asegurarme que eras tú para poder hablar tranquilos." Es la misma voz del contestador, pero la de un chileno (un chileno que era colaborador de Salvador Allende y que no estuvo en el Palacio de la Moneda el día del bombardeo por pura casualidad). Oyendo solamente esa voz sería imposible sospechar que detrás hay un personaje que estrena sus obras teatrales en Broadway, que publica columnas de opinión en el los principales diarios del Norte, y que se codea con los famosos y poderosos como un gringo más. ¿Cuál es el Dorfman verdadero? ¿Hay que elegir uno? La respuesta no es tan fácil.

Dorfman nació en Buenos Aires en 1942; vivió en Nueva York entre los dos y los doce años; pasó su adolescencia y años universitarios en Chile hasta el 73 cuando el golpe militar —el primer 11 de septiembre— lo esforzó al exilio. Desde el 1985 ha sido profesor de literatura en la Universidad de Duke. En su autobiografía, Rumbo al sur, deseando el norte (Planeta, 1998) escribe sobre el dilema de sus orígenes múltiples: "No se podía ser latinoamericano y norteamericano al mismo tiempo. Era el Imperio o el Pueblo. Yo descubrí que no podía luchar por la autonomía de un lugar teniendo como lengua al idioma del opresor."

Su último libro Memorias del desierto, que estará en las librerías de la Argentina la semana que viene, retoma varios temas clave de su obra: el exilio, las secuelas de la dictadura chilena, la memoria y el olvido, y su doble identidad lingüística y cultural. Dentro del contexto de un viaje que hizo al norte de Chile con su mujer Angélica, Dorfman busca en el desierto claves de su historia personal, la de su país y —más ampliamente— del destino de la humanidad.

En un diálogo telefónico con Ñ, que se extiende sin apuros, Dorfman no sólo responde ampliamente a las preguntas que se le hacen, sino que también muestra interés puntal por su entrevistador. Irrumpe la sorpresa: "Supe que tu madre nació en Chuquicamata. No te voy a decir cómo lo supe, pero lo supe. Voyeur como soy yo, tengo mis espías. Entonces a mí me emociona mucho pensar que el sitio en el que tu mamá nació ahora esta cubierto de arena y de rocas. Este, creo, es el gran desafío que nos plantea el desierto y un libro como éste sobre el desierto. ¿Que hacemos con el lugar de nacimiento de tu mamá? Hay pueblos que en este momento están vivos, pero mañana van a estar muertos, van a estar cubiertos de arena. Bueno, hay que preguntarse sobre eso. Eso no es un problema de Chile, no es un problema de la Argentina, es un problema del mundo entero."

- —Más que un libro de viajes - Memorias del desierto- es una búsqueda personal y la gran figura en esa búsqueda, aparte de usted mismo, es su amigo Freddy Taberna, quien fue ejecutado por la dictadura en el 73. ¿Es posible reconciliarse con las atrocidades del pasado?

- —Alguien podría pensar que el libro es solamente la búsqueda de un amigo que fue ejecutado y que está desaparecido. Pero no es así. El caso es que esa desaparición está, y esa búsqueda está, pero sobre todo se trata de una exploración de la desaparición del pasado chileno. De los pueblos salitreros que hicieron a Chile extraordinariamente próspero y que ahora están en el abandono, en un deterioro terrible. Y creo que el libro lo que establece son formas de recuerdo y de conmemoración de esas personas. No pongo el énfasis —como en otros libros míos— en la búsqueda de justicia porque no es la única manera mediante la cual uno puede entenderse con el pasado y rememorar ese pasado y resucitar ese pasado. Yo creo que el protagonista del libro es el desierto. Porque el desierto —un lugar supuestamente estéril, árido y casi sin vida humana o vegetal— nos pregunta a nosotros: ¿Qué es lo que hay de humano en esto? ¿Qué es lo que queda del desierto? ¿Qué es lo que el desierto nos permite a nosotros? ¿Qué puede crecer hacia el futuro?

- —Una de las características de este libro, en cuanto a su forma de trabajar, es que fue escrito en inglés. Hay novelistas como Conrad, Nabokov y Beckett que dejaron su idioma materno para escribir en una lengua adoptada. Pero usted sigue escribiendo en dos idiomas. ¿Cómo funciona en usted el biligüísmo?

- —A diferencia de aquellos que tú mencionas yo escribo todo, todo, en los dos idiomas. Conrad no volvió a escribir en polaco; Nabokov no escribía la misma obra en los dos idiomas; Beckett escribía primero en francés y después lo pasaba al inglés. Mis últimas novelas las he escrito en ambos idiomas: La nana y el iceberg lo escribí en inglés primero y luego lo escribí en castellano. Mientras que Konfidenz, por ejemplo, la escribí primero en castellano y luego en inglés.

- —¿No privilegió un idioma respecto del otro?

- —Yo renegué del castellano cuando de chico viví en Nueva York y, después, cuando fui adolescente en Chile, renegué del inglés. Luego, en un momento dado —es una larga historia— decidí que era bilingüe, que era híbrido, que era lo que nosotros en Chile llamamos un kiltro. Es decir, esos perros callejeros que son un poco sobrevivientes. Mongrel, es una muy buena palabra en inglés. Pero en el momento en que acepto mi bilingüismo, a principios de los años 90, cuando yo decido enfrentarme al hecho de que sí soy bilingüe, que soy bi-cultural y que pertenezco a muchas naciones diferentes, empiezo a usar el idioma muy instrumentalmente.

- —¿Por ejemplo?

- —Por ejemplo, si tengo algo que es muy traumático para mí, muy complicado para contarlo, prefiero contarlo en el otro idioma —si yo lo viví en castellano prefiero contarlo en inglés— porque me permite distanciarme. El inglés me sirve para colocar en el hogar las cosas que han sucedido en mis aventuras en castellano. Yo viví esta aventura del norte de Chile en castellano pero tener que traducirlo al inglés me permite tener un mayor control sobre mis emociones. Soy una persona muy emocional. Se nota, creo, en todas las cosas que escribo. Entonces el inglés me sirve mucho para eso.

- —Es raro, porque uno podría pensar que el origen básico de la escritura está en las palabras mismas; que si va a escribir algo en castellano la inspiración primaria debería provenir de palabras en castellano (y a la inversa con el inglés).

- —Lo que pasa es que soy un bicho raro. Dentro de mi cabeza cuando estoy viviendo —en este mismo momento en que yo te hablo castellano— hay un traductor dentro de mí; hay una zona en inglés que está mirando todo esto. Lo que pasa es que yo vivo las cosas en castellano pero, a la vez, el inglés está allí adentro observando y criticando o sugiriendo, o susurrando. Henry James decía que uno tenía un idioma que era su esposa y un idioma que era su amante. En mi caso tengo dos esposas y dos amantes.

- —Por ejemplo - La Muerte y la doncella- , su obra de teatro que después fue llevada al cine por Roman Polanski, ¿la escribió en inglés?

- —La escribí en castellano, pero inmediatamente la rehice. Además no es cierto que la traduzco, la rehago. La re-escribo en el otro idioma. En este momento acabo de terminar una novela llamada Americanos se va a llamar así en castellano e inglés yo creo, vamos a ver. En todo caso, la escribí en inglés. Es una novela épica sobre California que trata sobre cómo en el siglo XIX esa ciudad cayó en manos norteamericanas, pero lo trata desde una perspectiva latinoamericana y no norteamericana. Miro toda la historia anterior, desde Túpac Amaru hasta la guerra con Estados Unidos, para tratar de entender eso. Te digo esto simplemente porque es una novela que habla del encuentro entre dos idiomas, dos culturas y dos continentes. Esto yo lo escribí en inglés. Y uno de los protagonistas es bilingüe. Ahora estoy reescribiéndolo en castellano y con lo que reescribo en castellano voy corrigiendo la versión en inglés. Es un cruce curioso.

- — Cambiando de tema, usted se opuso vehementemente a la reelección de Bush. ¿Qué significa su triunfo?

- —Estuve en muchos países del mundo en el año anterior a la reelección de Bush y encontré casi unánimemente un anti-bushismo muy, muy fuerte. La gente separaba los Estados Unidos de Bush. Es muy difícil ahora que la gente lo haga. El problema es el siguiente: con la presidencia que ha hecho este hombre, con los fracasos que ha tenido en política internacional, con su desastrosa política interior, con el empobrecimiento de una porción tan grande de la población, con su depredación ecológica, no debería tener ni un 10 por ciento de los votos. El hecho de que haya tenido un 51 o un 52 por ciento es muy difícil de entender. Entonces, para el mundo queda la sensación de que Bush ya no obra en nombre de su pequeño grupo de neoconservadores, sino que ha sido ratificado por el pueblo norteamericano.

- —¿Se puede dibujar algún paralelismo con el apoyo implícito y explícito de la población chilena a Pinochet después del golpe y el apoyo de los estadounidenses a Bush después de los ataques a las torres?

- —Yo creo que las circunstancias son muy diferentes. Diría que el único paralelismo que puede extraerse de esta situación es que cuando una población está aterrorizada se la puede manipular de cualquier manera para que se vuelva cómplice de los peores desmanes en nombre de su propia seguridad.

- —¿En algún momento pensó en irse de Estados Unidos?

- —De ninguna manera. Al contrario, estoy cada vez más seguro de que aquí es donde tengo que estar. Mi espacio en los Estados Unidos es muy grande. Escribo en los periódicos más importantes del país, tengo contacto con gente muy importante de aquí y me siento muy cómodo. Además, este es un país que aceleradamente se está convirtiendo en bilingüe y por lo tanto cada vez siento más que es donde puedo estar con mi inglés y mi castellano tranquilamente. Lo real es que fue la "National Geographic" la que me pidió que viajara al norte de Chile, no fue una editorial latinoamericana; y es en Broadway donde voy a estrenar mi próxima obra; fue Kerry Kennedy quien me llamó para que yo hiciera una obra sobre los derechos humanos y la pusimos en el Kennedy Center y en la iglesia de Martin Luther King. Lo que quiero decir es que yo tengo una gran posibilidad de desarrollar en este país mi particular forma de pensar, tanto en lo estético como en lo político.

- —¿No existe ningún tipo de censura en los Estados Unidos de hoy, aunque sea implícita?

- —Evidentemente en este país hay un consenso más volcado hacia la derecha que hacia el centro o la izquierda. Es obvio que la tendencia es que no haya crítica alguna. Pero es absurdo pensar que eso va a hacer callar a todos. Nosotros hemos pasado por las dictaduras que hemos pasado y, en estas situaciones, sirve. Yo no voy a autocensurarme porque haya consenso contra el discurso crítico. Nosotros hemos pasado por dictaduras, hemos sobrevivido al exilio, hemos sobrevivido a los represores más feroces, entonces el miedo no es lo que caracteriza a la gente que se vio obligada a exiliarse.

- —Muchas de sus obras de ensayo y de sus columnas de opinión indagan sobre el legado de Pinochet. ¿Como compara las post dictaduras chilena y argentina, y por qué no pudo lograr la Argentina la estabilidad económica que logró su vecino?

- —La transición chilena fue una transición pactada muy claramente que permitió tanto rupturas con el régimen y como continuidades con él. En la Argentina la transición se dio en gran medida debido a la derrota de los militares en Malvinas. No fue la única razón porque hubo mucho resistencia también. Pero en Chile tú puedes ver que la oposición que llevó a cabo la resistencia contra Pinochet a partir del 76, la alianza de la Democracia Cristiana con socialistas, etcétera, es la que gobierna ahora. Por lo tanto se ha ido creando un consenso sobre lo que hay que hacer y un acuerdo respecto de qué caminos tomar y cuáles no tomar. Lo digo como una primera aproximación en cuanto a Chile. La segunda característica diferencial —y estoy haciendo sociología barata— creo, que lo que ocurre es que nosotros no tenemos peronismo y, por lo tanto, las opciones políticas aparentemente son más racionales. No quiero insultar a mis amigos peronistas, pero el peronismo es un fenómeno que hasta ahora nadie me ha podido explicar enteramente. Es una cosa tan, tan complicada y mítica... Si la Argentina hubiera podido hacer una alianza entre los peronistas y los radicales y llegar a un consenso en torno a qué hacer para terminar con la dictadura, yo creo que el suyo sería otro país. Esto fue lo que ocurrió en Chile y le vino muy bien, desde ya. Gente que tenía diferencias muy grandes se puso de acuerdo para recuperar las instituciones.

- —Volviendo a la escritura. Usted es dramaturgo, novelista, ensayista y poeta. ¿Cómo decide en qué género escribir?

- —Primero, yo soy un camaleón. Y como camaleón cambio de género según la ocasión, según como me llegue la voz. En un momento determinado algo empieza a darme vueltas, me empieza a dar una especie de cosquilleo en el cerebro o en el corazón. Alguna cosita me dice que esto debe escribirse de tal manera, algo comienza a dictarle a uno en qué género va a escribir. Pero, además, los géneros se entrecruzan constantemente. Entonces las novelas a veces son muy líricas, los poemas a veces son narrativos. Este libro, Memorias del Desierto transita la cuerda de la meditación, está novelado en gran medida, puesto que voy contando historias, pero también hay unas partes muy líricas, muy poéticas, hay partes muy dramáticas donde el hecho de ser dramaturgo me ayuda mucho porque voy poniendo el diálogo de una manera muy especial. De modo que finalmente, tal como cruzo las fronteras y los idiomas, puedo cruzar también las fronteras de los géneros y mezclarlos cuando siento que hace falta. Desordenar el mundo habitual del género de la novela, romper esos moldes. Yo creo que eso es muy latinoamericano.

- —Usted es de la generación posterior al "boom". ¿Se siente un heredero de esa tradición como escritor latinoamericano?

- —En ese sentido yo estoy en contra de las categorías . Creo que soy bastante diferente a las generaciones anteriores. De quien me sentía más cercano personalmente era de Julio Cortázar, que fue muy amigo. Pero yo diría que soy un escritor latinoamericano que pertenece a una generación mundial de escritores que tratan de romper las fronteras de lo nacional. Debido a que escribo en inglés estoy tan cerca de un Peter Carey o, de un Paul Auster como de un Carlos Fuentes. Evidentemente, mi inspiración constante es Latinoamérica y me siento muy latinoamericano. Pero la pregunta es: qué es Latinoamérica en este momento. Memorias del Desierto es una búsqueda de lo latinoamericano en lo indígena, en el pasado de las salitreras, en el desierto, en el origen del universo, en los primeros habitantes que caminaron el territorio, todo eso. Pero mi visión no necesariamente es la de un latinoamericano típico. Yo creo que es una obra cuya óptica se caracteriza por el hecho de que soy alguien que está mirando las cosas desde cerca y desde lejos siempre. Esa idea de vecindad y de distancia, lejanía y proximidad, me parece que es algo intrínseco a mi existencia y al modo en el que escribo.

- —Uno de sus últimos trabajos fue una obra de teatro basada en el proyecto- Voces contra el poder- , de Kerry Kennedy, que compila los testimonios de luchadores por los derechos humanos. ¿Es verdad, como se ha publicado, que podrían estrenarla en la Argentina con la actuación de Sean Penn y Sigourney Weaver?

- —El problema es el siguiente: cuando estuve en Buenos Aires en noviembre hablé con el secretario de Cultura de la Ciudad y quedamos en seguir en contacto respecto de esa posibilidad. Cuando se estrenó la obra en Atlanta le conté a Sean Penn que Sigourney Weaver había dicho que quería ponerla en la Argentina y en Chile. Entonces, Penn me dijo que si no estaba filmando él lo haría con mucho gusto. Esto no significa, como dicen los diarios, que tal cosa ocurrirá, pero los dos están interesados. Estamos tratando de encontrar apoyo de las autoridades argentinas para realizar el proyecto. Porque necesitamos un museo para exponer las fotos de los defensores de derechos humanos, un teatro donde se pueda poner la obra y precisamos estar seguros de que la televisión va a ayudarnos en ese sentido, ya que necesitamos muchos recursos.

- —¿Cómo describiría la obra?

- —Es una obra muy latinoamericana. La veo como un regalo que proviene de nuestros dolores para ayudar a sanar el mundo. Es decir, el dolor que yo siento por lo que nos pasó a nosotros, en vez de convertirlo en una especie de queja lo convierto en la búsqueda del coraje que nos permite juntarnos y contactarnos con toda las otras luchas de derechos humanos que se llevan adelante en el mundo, que son muchas. Es decir, luchar contra nuestro provincianismo, incluso en derechos humanos. No somos las únicas víctimas, ni somos los únicos que hemos sufrido. Ni los únicos que tuvimos coraje para enfrentar a dictaduras y censuras. Yo creo que es muy bueno traer una obra como ésta, hecha por un argentino-chileno y llevarla a los lugares donde nací y crecí. Pero no está en mis manos. Yo soy el que escribe las obras, no el que las pone.


Dorfman básico
BUENOS AIRES, 1942, ESCRITOR

Chileno, nacido en Buenos Aires, hijo de padres europeos y radicado hace mas de 20 años en los Estados Unidos, la formación de Ariel Dorfman está atravesada por el exilio. Sus padres se escaparon de Europa y recalaron en la Argentina. Huyendo de la intolerancia en la Argentina se fueron a Nueva York. De allí, por culpa del macartismo, partieron a Chile. Con cada transición Dorfman sufrió un trauma con el idioma. Llegado a Nueva York se rehusó a hablar castellano "I can´t understand" le contestaba a su madre. Instalado en Chile abandonó el inglés. Se enamoró del país. Se nacionalizó, estudió y fue profesor universitario. Participó activamente en el movimiento popular que llevó a Salvador Allende a la presidencia en 1970. Por un giro del destino no estuvo en el Palacio de la Moneda el 11 de Septiembre de 1973 cuando fue bombardeado por el golpe militar. El hecho de que un amigo, ocupando su lugar, muriera ese día lo traumatizó profundamente. Ha dicho que por intentar convertir este accidente del destino en algo valioso se convirtió en escritor. Dorfman es famoso en Latinoamérica por su ensayo "Para leer el Pato Donald" (escrito en 1972 con Armand Matterlart) y mundialmente por su obra de teatro "La muerte y la doncella" que fue llevada al cine por Roman Polanski en 1994. El "Pato Donald" analiza las tiras cómicas de Disney como un caballo de Troya para diseminar mensajes imperialistas. En "La muerte y la doncella" una mujer se enfrenta, azarosamente, con su torturador después de una dictadura militar.

Así escribe: "Memorias del desierto"

Pasaron muchos años hasta darme cuenta de que las superficies yermas del norte de Chile que había recorrido con ligereza en 1962 albergaban más secretos sobre el destino que había escogido para mí mismo que todas las ruinas y quebradas de las zonas altas andinas, por más maravillosas que fueran. Mi ceguera a los placeres y desafíos del Norte Grande, a esa edad juvenil, no debería atribuirse exclusivamente a una búsqueda inmadura de raíces donde no las había, sino también a un prejuicio muy arraigado contra los desiertos en general, un prejuicio que, lo admito, recién comenzó a disiparse de verdad en este viaje del año 2002, que acababa de concluir.

No había nada allí, pensaba auténticamente en 1962. Quiero ver árboles, quiero vegetación junto al mar, quiero bosques a la vera de un lago, quiero un valle con sombras protectoras que llaman al reposo. Entendía que para algunas personas una tierra sin vegetación y sin vida animal, y sin caminos podría bien ser atractiva, pero no era más que una comprensión intelectual, que no llegaba a mis entrañas, a mis percepciones más íntimas. Tal vez tenía miedo de aquello que tantos otros a lo largo de la historia han encontrado atractivo en los sitios aislados: la soledad y la extrema introspección a las que nos enfrenta inapelablemente un paisaje desprovisto de habitantes humanos, una verdad sobre uno mismo que no puede encontrarse en ningún otro sitio, lo que quizás explique por qué tantas grandes religiones monoteístas se hayan generado en zonas agrestes. O tal vez me inquietaba lo que la luz brutal y despiadada de esos lugares podría revelar respecto de la humanidad, los demonios y santos que buscaban morada en el desierto por una razón: porque no hay sobras en las que esconderse. El desierto, pensaba yo: un lugar de muerte y duras pruebas, un lugar que hay que evitar.

Sin embargo cuando National Geographic me ofreció la posibilidad de elegir —¿cuál es la localidad, región, espacio de la tierra que quiere visitar?— escogí el Norte Grande de Chile, el desierto más seco de todos los desiertos posibles. No estoy exagerando. Cae menos lluvia en esas arenas pedregosas que en cualquier otra extensión de la Tierra por más seca que sea. Hablé con hombres nacidos en Arica, con una mujer criada en Pisagua, con hombres y mujeres que jamás se habían aventurado más allá del pueblo calichero de María Elena...y durante su vida entera ni uno de ellos sintió alguna vez una sola gota de lluvia cayendo sobre su cuerpo.





© 2009 Nora Strejilevich