Una
sola muerte numerosa
PREMIO
LETRAS DE ORO, USA 1996
Nora
Strejilevich
II
Hasta
que un día
me devolvieron el nombre
y salí a lucirlo por los pasillos
del mundo.
Máscaras
encontré
países perfiles adormecidos
lenguas golosas de novedades
absurdo.
Me
dejé caminar así
hacia mi ningún lugar
hacia mi nada
por desfiladeros de huellas
sin rocío
sin poder traducir
mis cicatrices.
¡Este
nombre no es mío!
El mío
era cien era mil era todos
el mío
era cuerpo era vientre era voz
tenía vecinos silbaba
era diurno y nocturno
era un dios.
¡Se
me ha perdido mi nombre!
por las veredas de un mapa
sin esquinas grité
entre puertas acribilladas de miedo.
¡Quiero
mi nombre!
mi nombre propio curvo palpitante
¡Que me lo traigan!
envuelto en primaveras
con erre de rayuela
con o de ojalá con a de aserrín aserrán.
No fue un sueño
Hoy ví, en sueños, un mundo a la deriva. Había
figuras que volaban o nadaban en el espacio, mujeres enormes y
diminutas, hombres de todos los tamaños que se duplicaban,
triplicaban, multiplicaban. Al hacerlo creaban cuerpos y parecían
bailar con alguien. Ese alguien era un traje sostenido por el
vacío de una ausencia. Las parejas jugaban a las simetrías
y a las sorpresas, apareciendo y desapareciendo en un fondo negro
del que brotaba el asombro. Un tren fulgurante atravesó
el horizonte, yendo hacia ningún lado. Un barco cruzó
el océano en otra dirección, pero unas olas inmensas
rompieron contra la proa, lo cubrieron de espuma, y la nave cambió
de rumbo. Implacables alas de aviones sobrevolaban horizonte,
océano, y toda costa posible. Oí una ovación
pero no había nadie, sólo ecos. Salí corriendo
del sueño, en el sueño.
No
fue un sueño. Parece no haber nadie cuando la arrancan
del colectivo y la meten en un auto. La historia de siempre. En
pleno día, en pleno centro, en plena juventud. Sólo
que, en el caso de Olga, a quien querían arrancar del colectivo
era a mí. ¿Cómo? ¡si ya lo habían
hecho! Sí, y lo podían volver a hacer tantas veces
como lo consideraran necesario.
-En el 78 me secuestran a mí -cuenta Olga- pero sólo
por un rato. Ni llega a ser un secuestro, aunque me cambió
la vida. Viví con miedo desde entonces.
Una prima que nunca conocí les muestra a mis padres una
foto carnet de la adolescencia. En blanco y negro somos iguales,
casi. Empieza a dar vueltas el Falcon sin chapas con Olga. Pleno
centro, pleno día, plena joven que no entiendie bien: si
sólo estudia y va a bailes y no está en nada, por
qué y cómo un coche ajeno, un pañuelo encerrándole
la mirada y la voz anónima del walkie talkie recitando
el identikit: ojos azules, rubia. El pelo se enreda entre dedos
poderosos: le están por arrancar la peluca negra pero no
logran despegarla del cuero cabelludo. La confusión de
los colores los irrita: -¡Te teñiste, hija de puta!
1978. Ahora son derechos y humanos. No se la agarran con cualquiera
porque están llegando demasiados intrusos extranjeros para
husmear en asuntos internos. Los empleados no saben qué
hacer con el paquete, dan vueltas por el centro. Que el walkie
talkie decida si la largan o no.
El
que decidía si nos largaban o no era un coronel, que siempre
me venía a ver. En esas charlas le descubrí un lado
flaco. Me di cuenta, primero, que era soltero. Y segundo, que
tenía una fijación edípica con la madre.
Las visitas eran cada tres meses y después de cada una
el tipo ordenaba las libertades. Entonces me organicé toda
una conversación centrada en eso. Cuando llega a mi celda
le digo -mirá, lo que más extraño es a mi
madre. Ni siquiera menciono mujer, amigos, nada. Había
recopilado de mi vida un montón de historias sobre el tema.
Le insistía:
-durante toda mi infancia y mi adolescencia he estudiado para
poder recibirme y así darle un título a mi vieja.
Y a un tipo machista y edípico uno puede esperar que esas
cosas le impresionen. Cuando termina la visita me dice: -no quiero
prometerte nada, pero podría ser que la próxima
tenga alguna buena novedad. Y me pregunta: -¿con quienes
te juntás vos en el patio? Entonces pienso, ahora sí
tengo que decirle con quienes me junto. Por eso se lo digo. Después
ponen la lista con los que salen en libertad. ¡Y aparezco
yo con todos los que andaban en el patio conmigo!
El
tiempo no se acaba, nosotros sí. –Gerardo
Strejilevich
-Antes que nos sacaran al patio te escuché- me cuenta un
amigo de Gerardo. Nos reconocimos en alguna marcha por los derechos
humanos, y la sorpresa nos enredó las voces hasta el final
de la noche.
Nos
largaron a los dos juntos, estoy seguro. Te reconocí la
voz. ¿Acaso no pediste permiso para moverte? ¡Qué
ocurrencia! Cuando te lo dieron me animé y también
yo empecé a moverme, sin que se notara mucho. Yo estaba
muy atento a las voces para detectar si estaba Gerardo. Caímos
juntos.
No hablé de su desaparición por miedo. Un miedo
que al principio eran vómitos cada noche, y pesadillas,
y miedo a las pesadillas. Tu hermano también tenía
miedo, y por eso vino esa vez a dormir a casa. Le dije que era
más seguro dormir en el ómnibus, ida y vuelta a
La Plata o a Rosario. Pero eso le daba más miedo. No quería
estar solo. Nos fuimos caminando a mi casa, y así se sintió
mejor.
-¡Abrí la puerta, pibe!- me gritan, como si necesitaran
que uno les abra. Gerardo dormía en la otra pieza y no
iba a tener tiempo de escaparse. Titubeé, me hice el que
no sabía dónde había puesto la llave, que
estaba en la cerradura. Hasta que al final me di cuenta que él
tampoco conocía la casa como para escapar, entonces abrí.
No todos los días uno abre la puerta para que entre un
ciclón que desmantela habitaciones y destroza el pasado
y arranca las manecillas del reloj. No todos los días se
quiebran los espejos y se deshilachan los disfraces. No todos
los días uno trata de escapar cuando el reloj se movió
la puerta torció la ventana trabó y uno gime acorralado
por minutos que no corren. No todos los días uno tropieza
y cae manos atrás atrapado por una noche que remata su
vida cotidiana. Uno se marea por la vorágine de retazos
de ayeres y ahoras aplastados por órdenes y decretos. Uno
se pierde entre sillas dadas vuelta cajones vacíos valijas
abiertas colores cancelados mapas destrozados carreteras inacabadas.
Uno apenas siente que los ecos modulan: -¡te querías
escapar, pendejo! y que una boca inmensa lo devora. ¿Fue
así, Gerardo?
A
los dos nos tiran al suelo y después contra la pared para
pegarnos. Nos suben a un coche y enfilan hacia el centro. En unos
veinte minutos llegamos al chupadero. Ahí nos separan.
Te separás, papá, de tu antiguo yo. Uno se cansa
de tanto jugar al superhombre, de ese arduo trabajo de ser siempre
razonable, ecuánime. El rey de la selva se agota de su
papel y se esconde. Se resigna, renuncia a todo anhelo posible:
una forma de rodear la desesperación sin chocar con ella.
Cuando la pena es más agobiante, el hilo de la angustia
se corta y acomete una calma total que se parece a la indiferencia.
A León se lo ve calmo, pero no de serenidad sino de tristeza,
que le devora la voluntad. Cerrás los postigos de tu vida
por no habituarte a convivir con la ausencia. No querés
que te cuente lo que supe de Gerardo. -Está muerto, eso
es todo- me interrumpís. No querés más detalles.
... LOS DETALLES. Es lo primero que se le aparece a la memoria,
y lo primero que parece que hay que olvidar. Es lo que parece
insoportable y es lo que aparenta definir la diferencia. Los
detalles. -Alejandro Kaufman
Ya
que querés más detalles: después lo veo en
la leonera, un lugar donde te tienen como a los animales, como
indica su nombre. Nos dejan juntos por un rato. No sé si
para escucharnos o por equivocación. Apenas nos bajamos
un poco el tabique y cruzamos unas pocas palabras: que no dijo
nada de mí, que no hablé de él. Pero me dice
que había cantado. Vos sabés, a los judíos
se la daban con todo. Después, unos guardias se dan cuenta
que nos conocemos y lo sacan.
En Jerusalén
Que me saquen de estos 50 grados centígrados a la sombra:
es mi único, ferviente, ardoroso, inútil deseo.
No hay agua fría, apenas unos vasitos de agua caliente,
color café.
-Todá- le digo, gracias. Me invaden cataratas
de sudor después del primer sorbo. -Lejáim- me dice,
salud. El hombre sigue hurgando la arena, revisando entre los
granos como quien revuelve el ropero de su abuela. Sus antepasados
vivieron aquí, su tacto entiende. Los beduinos no necesitan
medir, ni estudiar. Saben lo que hicieron, dónde, cómo,
cuándo y para qué. Nosotros apenas tratamos de robarles,
decentemente, su saber.
Amasan la pita, ese pan fino con aroma a ceniza. Abrimos un par
de latas de conservas: arvejas al natural y sardinas en aceite,
nuestras precarias maravillas. Nos orientan en el laberinto de
piedras y muros que van desenterrando con pocos instrumentos y
muchas yemas. En el reino del viento caliente y áspero,
el jamsim, la arena se convirtió en reloj, la propiedad
de la tierra es un sueño de trasnochados, el signo pesos
no existe. Estamos perdidos a pesar y por nuestras máquinas
y nuestra razón. El universo es este horizonte de dunas
opacas y oasis verdes que suben hasta el sol.
Lo
que me impresionaba era esa luz verdosa clara, día y noche.
Siempre la misma porque era una luz artificial, que provenía
como del techo y no la podías apagar, prender, nada. Entonces
te daba una sensación como si estuvieras fuera del tiempo,
metido en ese lugar, siempre igual. Una celda escondida del mundo.
Este
exilio de mi
Una celda escondida entre aroma de pinos y granito, a la que llamás
tu leonera. Ocultás tu dudosa identidad en esa casa donde
las horas son pisadas que entran y salen, suben y bajan, vuelven
a entrar. Las impasibles escaleras que auscultan la roca dan a
tu ventana, y te pasás los días mirándolas
entre pitada y pitada de la pipa que le robaste a tu antiguo yo.
A ese no tuve el gusto de conocerlo, sólo me crucé
con el Andrés resucitado. Al anterior lo dejaste allá,
en La Plata, junto con sus documentos y sus planes, el día
que un mensaje fugaz salido de otra celda te puso en marcha. Había
que borrarse. En Jerusalén encarnás un personaje
de tus cuentos: el que se esconde detrás de una enorme
pelusa de su cuarto para protegerse del mundo. Te metés
en tu estuche, la silla de madera a la Van Gogh, pero en vez de
asomarte a la ventana con tu pincel te empacás en mirar
sólo hacia adentro, por alguna cerradura invisible.
Te busco un mediodía. No voy de visita, sino como vine
al mundo: para quedarme. Abrir tu puerta es abrir la tapa de un
libro que intriga por sus letras anacrónicas, por sus bordes
raídos, como si el tiempo hubiese querido pegarse a las
hojas. Una voz familiar nos interpela desde tus paredes y exige
definiciones. Vivís el texto de una Argentina agotada desde
el setentiseis, y ya han pasado un par de años. En tu libro
pululan barbudos y pelos largos arrojados a desafíos existenciales,
enfrentando y asumiendo su compromiso.
Te doy una lección de compromiso instalándome en
el centro mismo de tu prosa. De las paredes salen voces con las
que tapamos el ruido de la radio, la televisión, la calle.
El mundo es una pared: no sé si de acero liso y mondo
o de cemento mondo y liso.
El exilio es como los hijos, una vez parido, crece hasta que
uno se muera.
El exilio es una vaca que da leche negra.
Mi época parece hecha de pocas horas.
He llegado temprano a este exilio de mí.
Un
bombardeo de lengua y cultura nos acosa y jugamos a nuestra resistencia
inocua, oponiéndole frases a una realidad de artillería.
Le bajamos el volumen pero no hay caso: siguen sonando los ruidos
locales para recordarnos que estamos de más. Acá
también. Un par de intelectuales iletrados, Andrés
y Nora, soldados desarmados en un campo de batalla ajeno.
¿Hicieron
algo?
Te exiliás, papá, en el departamento y no venís
con mami a Israel. “No se hagan problema por mí”,
escribís, pero sabemos que te quedás solo por esquivar
el mundo, aunque disimules con maestría tu gesto de avestruz.
12
de diciembre de 1978
Queridas mías:
Les adelanto que durante vuestra ausencia me divertiré
de lo lindo. Pienso recorrer el barrio sur para admirar lo típico
de su miseria, nadar en las aguas envenenadas del Río
de la Plata, respirar el aire con humo de churrascos en los
bosques de Ezeiza, y saludar al Año Nuevo rodeado de
mosquitos. No sean envidiosas. Ya les tocará ustedes.
PD: ¿Hicieron algo por el libro de física?
El libro es Gerardo. Sí, sí. Hablamos en la Knesset,
el Congreso. Golpeamos puertas. Pero hay ciertas reglas del tres
que uno no sabe cómo resolver: si Israel le vende miles
de armas a la Argentina, y si a un desaparecido lo puede matar
un arma, ¿cuántas armas israelíes son necesarias
para poder matar a miles de desaparecidos? Miles, a mi juicio.
A
mi juicio los judíos del establishment fueron muy blandos
y silenciosos. Con respecto a los presos indagaban, pero con respecto
a los desaparecidos, lo hacían con una timidez que a los
militares les venía al pelo. Recuerdo que en una asamblea
que se hizo en la AMIA, con madres de la colectividad, ellos decían
que nosotras éramos injustas, que ellos buscaban a los
desaparecidos. Y una madre les dijo: -Es el momento de gritar,
de exigir, no de actuar de modo tan silencioso, tan prudente,
tan juicioso.
A mi juicio
Cuatro juicios perdidos, cuatro muelas, adiós juventud.
Espero el visto bueno de la enfermera, desfilando junto a la hilera
de víctimas para conseguir la última bendición,
el visto bueno que me garantice el pase a retiro de este laberinto
de dolores, gasas y sangre. Cientos de bocas lastimosas imploran
misericordia. Acepto esta escena final con mansa indiferencia,
cansada ya de rebelarme frente a un rito canonizado por nuestra
sociedad: las extracciones de muelas.
Todo empieza de la manera más normal. Un guardapolvo blanco
se me acerca con su sonrisa de dentífrico Odol.
-Slijá giveret ¿me permite?
Encantada por los modales del médico, ubico el marcador
en la página cuatro de El Proceso para seguirlo, humildemente,
hasta ese sillón cuya sola presencia me transforma en carne
de cañón.
Me pide que abra la boca. Obedezco. Maxilar inferior hacia abajo,
cabeza hacia arriba, sin moverse. En ese momento la enfermera
le empieza a hablar. No le entiendo el hebreo, pero no me cabe
duda que habla por lo menos dos páginas a un espacio. Y
mi boca no está abierta por asombro.
Por fin el doctor irrumpe en mi intimidad con sus pinzas, tijeras
y miradas de erudito. Le deleitan mis muelas, cultivadas pacientemente
desde mi más tierna adolescencia. Arranca la primera. Mi
cuerpo mudo, espectador de su propia agonía, no tiene fuerzas
para reaccionar. Por lo menos el dolor, corriente que invade las
encías hasta sus últimos límites, me distrae
de la cara del cirujano, que con su destilada sonrisa me avisa
que estamos llegando. A dónde, quisiera saber. El instinto
me responde con ritmo de zamba: ¡y se vá la segunda!
Un pinchazo en el paladar me lo confirma. Lo bueno es que uno
se acostumbra a sufrir, por eso cobro valor: estoy dispuesta a
saldar la cuenta al contado y seguir hasta la cuarta muela de
juicio de un saque. Justo entonces el verdugo se apiada de mí:
-Maspik, suficiente por hoy.
Cierra
el capítulo con mis quejas a pie de página. No
hay opción ni para suplicios voluntarios. La enfermera
me revisa mientras cientos de dentaduras se abren y cierran,
en fila, devorando el perdón administrativo. No tiene
la culpa que la mire con odio retroactivo. Lo arrastro desde
mi internación involuntaria en la enfermería del
“Club”, y a veces se me superponen las geografías.
Salgo a la calle. Por la vereda siento avanzar la hinchazón
de las mejillas mientras los ojos de los transeúntes
me despojan del poco orgullo que me queda. Desfilo ante ellos
con mi mueca a la intemperie.
El que no se escondió se embroma
Qué feas tus muecas, Gerardo, cuando te plantás
delante de mí en el dormitorio: una mano estira la mejilla,
la otra empina la nariz, la lengua sale de su cueva y vociferás
la condena:
-¡El que no se escondióóóóóó
se embromaaaaaaaaaa!
Se escondieron todos los que podrían identificarte, y
me ebromé. ¿De qué me sirve salir con tu
foto para mostrarla ¿a quién? ¿quién
puede regalarme un gesto, una palabra, una nueva imagen tuya?
¿quién puede curarme de esta incógnita
que arrastro por el calendario? ¿al mar? ¿fusilado?
¿al río? Dijo alguien que te trasladaron a la
Escuela de Mecánica de la Armada. ¿Será
cierto? Cada vez que vuelvo a la Argentina trato de rellenar
la incertidumbre escribiendo en mi cuadernito, como hacía
mamá.
¿Cómo me decidí hoy, precisamente, a sentarme
y volcar pensamientos en este cuadernito inconcluso, en parte
escrito con fórmulas algebraicas que nunca entendí
y que no llegaré a entender jamás? Por estar escritas
por mi hijo, al cual quién sabe cuándo y cómo
lo volveré a ver, si estaré o no cuando salga,
si es que sale. En fin, en este día justamente en el
que entró en sus veintiocho años de vida, si vive,
me encuentro demasiado desesperada para salir o para decirlo.
Por eso tomé este cuaderno, que por ser de quien es me
acerca un poco a él. Pienso que si un día llegara
a verlo, desearía poder decirle todo esto personalmente.
Si no se diera así, quiero al menos que sepa lo que nos
ha faltado. No quiero hablar de nuestro sufrimiento, él
debe haber sufrido mucho más. Y si en algún momento
pudo pensar, habrá sufrido pensando en nuestra pena,
pues sabía que ignorábamos qué pudo haberle
sucedido. Quizás las veces que soñamos con él
fue a raíz de su pensamiento, tan concentrado en nosotros.
Sé que él no querría que en su día
yo estuviera encerrada sufriendo. Que me perdone por no hacerle
caso. No puedo evitar la sucesión de recuerdos y remordimientos
por actitudes mías que generaban situaciones negativas
entre nosotros.
Hoy es un día soleado, muy caluroso; cerré las
persianas y prendí la luz de la lámpara. Me molesta
el día de hoy. ¡Si hubiera estado nublado! Pero
no, no se puede elegir.
¿Dónde estarás? ¿Sabrás que
hoy fue el día de tu nacimiento hace veintisiete años?
¿Tendrás noticia de ello? ¿Qué pensamientos,
recuerdos, imágenes, pasarán hoy por tu mente?
¿Habrás podido hacer un balance de tu existencia
hasta el momento en que dejaste de pertenecer al universo de
personas que andan por la vida de un lado para otro, sin pensar
que justo eso se puede terminar, que sucede algo casual y ya
no somos más?
Es terrible no saber qué pudo haber sucedido con un ser;
más aún si ese ser es querido; es lo más
terrible, es peor que la muerte. Ahí tenés la
certeza, aquí la duda permanente. No te da descanso,
ni paz. Vivís, hablás, comés, andás,
pero no sos. Estás vacío: te falta saber lo que
pasó y te falta la presencia de ese ser. Están
sus objetos, sus libros, sus letras, su ropa, pero él
no.
Sólo el que lo vive puede saberlo, no es lo mismo imaginarlo.
A veces es tal el vacío que no sé cómo
llego al fin del día habiendo hecho cosas, andando por
las calles, conversando con la gente, llevando lo que se llamaría
una vida normal. Todo eso es exterior, adentro está el
vacío. ¿Cómo se cura? ¡Sólo
con tu vuelta! Y eso ¿cuándo podrá ser?
No hay respuesta.
Es tremendo comprobar que somos números anónimos,
que no contamos para nadie. Desaparecemos, nuestro lugar se
rellena y el mundo sigue andando. Espero que esto no dure mucho
tiempo así. Mataría a muchos padres.
Versátiles
terrenos
Después de matar a miles en la ESMA usan el fondo como
campo de deportes. El transformacionismo autóctono no tiene
límites; pero tampoco lo tiene la curiosidad de una periodista
extranjera, multiplicada por la mía. Kerrie, que trabaja
para la radio canadiense, me pide ayuda para preparar un programa
dedicado a las Madres.
La idea es entrevistar a alumnos de colegios privados que hoy
juegan a la pelota en estas canchas: versátiles terrenos
que hace menos de veinte años albergaran salas de tortura.
Trataremos de averiguar cómo se sienten estos jóvenes
metiendo goles en medio de los ecos de desaparecidos de su misma
edad.
Yo
esudiaba en Exactas y tu hermano a veces venía a jugar
al fútbol con un grupo que se reunía en las canchas
cerca de la facultad de Arquitectura. Ese era el momento de encuentro
más frecuente. Jugaba de arquero. Me parecía una
persona de muy buena fe, quizás un poco cándido,
un buen chico sin lugar a dudas. Cuando leí el testimonio
sobre Gerardo en el Nunca Más me puso la piel de gallina.
Una pena enorme que haya caído en las garras de esa gente.
Esta
gente tiene derecho a ofrecerles sus canchas a quienes se les
antoje, y como estamos en democracia nosotras también tenemos
derecho a hacerles preguntas a quienes se nos antoje, dentro o
fuera de la ESMA.
EL
CAMPO dentro de la Escuela Mecánica de la Armada empezó
a funcionar durante el proceso que llevó al golpe de
1976...
El campo funcionó en el casino de los oficiales, un edificio
de tres plantas con un subsuelo y un ático inmenso. Los
oficiales dormían en las dos primeras plantas; en el
subsuelo los torturadores se dedicaban a su tarea; en la tercera
planta y en el ático, los prisioneros aguardaban su destino.
-Andersen,
Para
llegar a destino le pedimos direcciones a los vecinos, que son
pocos. Sobre todo, chicos jugando a la pelota en otros potreros
de la zona.
-Por ahí, del otro lado del puente- nos indican.
Bajo
el puente la colgaron, con esa cuerda. Mirá esta foto de
mi hija, mirá la venda sobre los ojos. Este es un documento
tremendo que ellos no pueden negar. Tengo la pollera de este saco.
La pollera la tengo yo. Mis fotos son evidencias que los van a
fundir. Y fijate la burla final, el letrero que le ponen después
que la descuelgan. ¿Hay derecho? La tuvieron ahí,
como un día exhibiendo el cuerpo tirado en el piso, con
ese cartel. Yo fui montonera. Y la gente pasaba junto al cuerpo,
junto al cartel, y seguía caminando.
Caminamos
entre senderos de tierra que bordean el edificio por donde no
hay guardias. Nos muestran que el sendero se hace calle y desemboca
en el cerco de atrás de la ESMA. En esas inmensidades sólo
nos acompaña el sonido de nuestros pasos.
¿Qué comisaría?
Papá: oigo tus pasos tenues interrumpir el mutismo del
pasillo. Pasos aéreos, de esos que se asoman a precipicios,
de esos que se paran justo antes de ceder a la tentadora inmensidad
que duerme bajo sus pies. Tu voz se resiste a modularse, sale
áspera, oxidada.
-Estuve en la comisaría- tratás de decir.
Son manos anudadas, dedos tensos revolviendo escombros los que
hablan.
-Les dije que estuviste desaparecida em el 77, y que por eso estaba
muy preocupado, porque esta noche te esperaba y no volvías.
Tu tono es ahora un hilo que no se sabe si atraviesa estómago
o infinito.
-Abrieron un prontuario con tu nombre. Dicen que lo van a cerrar
cuando aparezcas. Tenés que ir.
Ahora las manos se separan y corren paralelas, abren el espacio
para conseguir más aire.
¿Cómo hacer para abrazarte, para sacarte de encima
ese miedo enorme, ese monstruo de terror que te aplasta los pulmones,
que te hace patético, indefenso? ¿Cómo hacerlo
si a mí también me asfixia, me aplasta el cuerpo,
me hace deforme? Apenas tengo un par de cuerdas vocales para ordenarte
que me acompañes. Entrar a una comisaría: meterme
entre los dientes de este animal salvaje que nos acosa. No puedo
pensar. Pisar ese mosaico, aunque digan que es otro, oler ese
olor, aunque sea otro, escuchar esas voces y ese tecleo. Son los
mismos.
Nos metemos juntos. Una vez adentro, los ojos recorren un plano
unidimensional, abstracto. No siento nada.
Los guardias en la puerta de entrada, el patio empedrado, la sala
de paredes descascaradas, el olor, ese olor azul. El mostrador
para la confesión, las explicaciones, el número,
la firma. Firmamos.
No sé de qué comisaría salís. Los
pasos cortos, el brazo plegado para que lo tome con la mano. Yo
salgo de la mía, una madrugada de invierno. Vos de la tuya,
una mañana helada de julio, solo porque nadie te acompaña
a denunciar los dos secuestros. Salís de una comisaría
con estufas a kerosén que no logra entibiar la indiferencia
burocrática; y salís de otra más, con ventiladores
ruidosos que no logran refrescar la empedernida indiferencia pegoteada
a las paredes, a la piel de policías que teclean la información
una y otra vez, sabiendo que vos sabés que ellos saben
lo que dicen no saber. Las estaciones del habeas corpus: entrar
con él y salir con las manos vacías. Ojalá
pudieras gritar, pero vas mudo, encorvado. Una sombra lastimada
te cuelga del cuerpo y no sé cómo curarle la herida.
Te tomo el brazo en la oscuridad, aquella noche en que nos decimos
el silencio.
Lo
inesperado
“El silencio encierra la imposibilidad de decir eso, el
horror, lo terrible”. Las palabras saltan de la página
para escurrirse por la ventanilla y encarnarse en la fachada de
un edificio de mi pasado. No tendría que sorprenderme,
lo extraordinario puede mirarnos desde cualquier ventanilla. Frente
a mí se planta el azar, o más bien lo inesperado,
y el efecto esperado se produce: no lo puedo creer.
Tantos años de silencio y todavía las mismas geografías,
las mismas obsesiones. El colectivo pasa frente al portón
de MI comisaría. Destino o azar, lo mismo da: decido bajar.
A mitad de cuadra, la típica hilera de patrulleros. Son
viejos, pueden tener más de quince años. Un coche
retrocede para estacionar y el freno me remonta dieciseis años
atrás, a la madrugada de julio en que me largaron, mi camisa
de algodón, sus uniformes de invierno, mis bolsillos vacíos,
sus armas. Salimos del auto y entramos por la puerta principal.Recién
noto la fachada: dos murales de Quinquela Martín, con imponentes
barcos y trabajadores portuarios: Quinquela no pintaba policías.
Allá estarían el teléfono y la mano marcando
mi múmero. La forma de mi pasado.
El guardia no le dice nada a esta señora curiosa que se
asoma a su lugar de trabajo: mosaicos terracota, azulejos, colores
primarios, paredes claras. Aquella noche de julio de 1977 las
mismas paredes escucharían un llamado del Club Atlético:
-Largamos chupados, che.
Esto no es una de cowboys
-¡Mirá, che!
Como en las películas, en ese preciso momento un camión
del ejército pasa delante de nuestras inocentes narices.
Está a punto de entrar. Una de las heroínas corre
a preguntarle, con su mejor sonrisa, si se puede pasar, y se puede.
Abrete sésamo.
Que abran las barreras/para que pase la farolera/ de la puerta
en sol.
Kerrie y Nora han logrado pasar al otro lado del cerco como si
nada, están textualmente dentro de la ESMA, mirando atónitas
cómo este señor se baja del camión para cerrar
el candado del portón. Cierran las barreras.
-Abren
las cartas- me dice papá. Por eso nuestra correspondencia
era siempre en clave. Gerardo era “el libro de física”.
-Y hasta te avisan que lo hacen: al leerlas estampan el sello
del Ministerio del Interior sobre el nombre del remitente, para
dejar bien claro quién es dueño de la intimidad
en este país.
Las cartas del gobierno, en cambio, llegan siempre herméticamente
cerradas.
10
de julio de 1979
Querida Nora:
Son tan herméticos los términos de las respuestas
oficiales, que uno termina recurriendo a cualquier método
con tal de encontrar una palabra de ánimo. ¿Vos
creés en la parapsicología? Le mandamos un cheque
a uno de esos visionarios. Nos respondió que el libro
está. Nosotros no creemos, pero tampoco podemos dejar
de preguntar. ¿Cómo saber la verdad?
-La
verdad es que de acá hay que salir por la puerta principal-
digo como quien mide a ciencia cierta los metros que le quedan
de libertad.
-No te preocupes, si queremos salir, saltamos la verja.
-¡Estas loca de remate, acá no saltamos ninguna verja!
Esto no es una de cowboys, Kerrie, ¡date cuenta que nos
faltan por lo menos dos caballos! Mientras lo digo casi me confundo
y creo que entramos, de verdad, en una película.
¿Qué hacer?
La actriz argentina se prepara para filmar. En la solapa, disimulado
bajo un pañuelo, tiene un micrófono. La intención:
grabar lo que siente en el lugar adonde presuntamente fue trasladado
su hermano. ¿Sentir? ¡Los actores siguen un guión,
no se les pide que improvisen! No puedo pensar. De la muerte no
se habla. La muerte se muere. Es otoño. El sol se posa
en las hojas y las empuja entre los álamos. Caen, una tras
otra, al ritmo de trinos amarillos.
EL
CAMPO DE CONCENTRACION que se instaló en la Escuela de
Mecánica de la Armada. . . comenzó a funcionar
con los aprestos mismos para el golpe de estado de marzo de
1976, y aunque con diversos campos políticos y distintos
estilos represivos, se clausuró recién en noviembre
de 1983, apenas días antes que asumiera el gobierno constitucional.
En esos 92 meses de furor genocida se estima que pasaron por
la ESMA alrededor de 5000 detenidos-desaparecidos, por lo que
... ostenta el degradante privilegio de ser uno de los mayores
centros clandestinos de tortura y reclusión ilegal que
tuvo la dictadura militar. -Alipio Paoletti
Estoy
en el lugar de los hechos, donde se le hacen grumos de espanto
a la vida. El lugar de los hechos: un giro elegante para omitir
tanto el sujeto como la acción. Hurgo en la tierra para
encontrar sus caras. Barro espeso, siluetas, miles de cuerpos
diluídos en la brisa.
Eramos
cuerpos moviéndose casi a ciegas en la noche. Llovía
torrencialmente y el campamento estaba a oscuras, pero había
que atacarlo y tomar el mástil. Eso era parte del entrenamiento
militar de nuestra célula. Los que se quedaban tenían
que defender. A mí me tocó la parte atacante:
nos lanzamos, después de varios revolcones, a través
de la cocina, con gran estrépito. Fue muy fácil
porque los del campamento habían dejado una guardia y
los demás se habían ido a dormir.
Más que entrenamiento militar todo esto parecía
un partido de rugby.
GOOOOOOOOOOOLLLLLLLLL
Al fondo, un partido de fútbol. Vida o muerte por la
pelota que salta de uno a otro pie. No hay dónde ni cómo
espiar el pasado vencido. Un ¡GOOOLLL! atraviesa el campo
de deportes.
-SE DIJO QUE el campo de deportes estaba sembrado de cadáveres
de guerrilleros y eso es un error. Podía haber ocurrido
que se cremara eventualmente el cadáver de algún
herido que no soportó y se murió.
-¿De qué manera?
-Se lo quemaba. . . Pero fueron muy pocos. . .
-¿Había algún lugar especial para eso?
-No, no. Atrás. Pero eran casos muy raros.
-¿Tenían alguna instalación especial?
-No, nunca hubo nada raro. Es más, siempre estuvo en
uso el campo de deportes. Nunca se clausuró.
-¿Quemaban un cuerpo y después jugaban al fútbol
en el campo de deportes?
-Nooooooo. Ese campo de deportes es muy grande, de tierras ganadas
al río. La última parte es prácticamente
inaccesible, no está en uso. Era al fondo de todo, junto
al río.
- Entrevista de Horacio Verbitsky a Adolfo Scilingo (1995)
Nos
acercamos al fondo, junto al río. Uso el acento gringo
a modo de disfraz. Otra vez en la pantalla, sin libreto.
-¿Nou se sienten ustedes reros en jugar equí,
en un lugarh coumo esto?
Me temo que nos confunden con extraterrestres.
-¿Qué quiere decir?
-Buenou, acáh dicen quei torturharhon ghentes...- me
ayuda Kerrie.
-Ah, no sé. No sabemos nada de eso. Si quieren preguntar
algo pueden ir a esa casa, ahí están los profesores.
-PERO
LARRY, la ESMA es una escuela ¿realmente crees que
ahí torturamos? -El Almirante Massera al periodista
del New York Times Larry Burns
ESE
EDIFICIO tiene la particularidad de ser una escuela... y tiene
otra particularidad, la de esgrimir la palabra mecánica.
Es como si ciertos edificios estuvieran predestinados a la
función que trágicamente alguna vez van a cumplir.
-Horacio Gonzalez
¡Preguntarles
a los profesores! Tarde para arrepentirse. No podemos desandar
el césped, saltar el portón, volver al sendero,
rebobinar el rollo de esta serie, definitivamente de cowboys.
Los ojos abiertos, los sentidos atentos y una bola de miedo
que se agranda, sube del estómago a la boca, arrasa con
el presente y se atora entre la garganta y el asco. Golpeamos
la puerta.
-Adelante.
Fantasmas
-Adelante- me decís, a secas.
No quisiste ni siquiera ir a buscarme al aeropuerto aunque hace
tres años que no me ves. El tiempo que pasó se te
nota, papá. No das el salto del corredor a la plaza que
al meterte en la historia te salve del vacío, ni podés
darle forma al dolor con las manos, tan inseguras que ni se atreven
a salirse de los bolsillos. Solo con tus recuerdos, te acostumbrás
a rumiar ese fracaso que te ponés de sobretodo en tu vejez.
Recorrés habitación tras habitación como
quien visita un departamento en alquiler. Te estás despegando
la vida. -El mundo nos deja mucho antes de que nos vayamos para
siempre- te gusta citar, quizás a modo de advertencia.
Las persecusiones siguen trabajándote a domicilio. Deambulás
por tus miedos, las manos atrás, balanceando una cabeza
a punto de desbordar su contenido amargo, en ebullición.
Llevás un gran fardo en la espalda y te preocupa. El peso
te hace cruzar el pasillo en más tiempo del que tardarías
en contar tu vida.
Cruzamos la entrada del edificio ante la sorpresa de un teniente
y un profesor gozando de su merecido descanso. Parecen estar solos,
pero las paredes están pobladas de fantasmas.
A los fantasmas no se los puede indemnizar, eso cae de maduro
y a nadie se le podría ocurrir cuestionarlo. Lo que pongo
en duda es que realmente yo haya sido un fantasma. Sin embargo,
las planillas saben más que uno en este y otros sentidos
que se me escapan.
Los presos políticos pueden reclamar, de acuerdo a una
nueva disposición del gobierno de turno, un monto de dinero
en relación a los días transcurridos entre rejas.
Ellos estuvieron a disposición del Poder Ejecutivo, pero
los que no estuvimos ni presos ni a disposición de nadie,
sino más bien todo lo contrario, lógicamente no
constamos en los archivos y por ende no existimos, que es lo que
queríamos demostrar.
A los ex-presos les toman declaración en la Secretaría
de Derechos Humanos a los efectos de llenar el correspondiente
formulario. A los ex-desaparecidos no les toman declaración
porque no hay nada que llenar en el formulario, ya que por el
párrafo anterior queda demostrado que los desaparecidos
no existen.
_____________________________________________________________________
SOLICITUD
DE BENEFICIO LEY 24.043
Lugar y fecha..........................................
A LA DIRECCION NACIONAL DE DERECHOS HUMANOS DEL MINISTERIO DEL
INTERIOR
El/la que suscribe la presente solicita los beneficios provistos
por la ley 24.043.
BENEFICIARIO:
NOMBRES, APELLIDO:..........................................................................................
DOCUMENTO DE IDENTIDAD.: Tipo:........... Nro:.................................................
DOMICILIO REAL:...........................................................................................
Localidad:.................................. Pcia:...........................Cod.
Postal:............
DISPOSICION DEL PEN:
Fecha de inicio....................................
Decreto Nro...................................
Fecha de cece.......................................
Decreto Nro...................................
CASOS DE CIVILES DETENIDOS POR TRIBUNALES MILITARES:
Fecha de arresto:....................
Lugar .................................................................
Fecha de libertad............................. ..................
Tribunal que intervino...........................................
Medios de prueba:.................................................
EN CASO DE ARRESTO EFECTIVO PREVIO AL DECRETO PEN O SIN ORDEN
JUDICIAL
Fecha de arresto efectivo ..............................................
Medios de prueba:......................................................
DECLARACION JURADA: Declaro bajo juramento que los datos consignados
son ciertos y que no he recibido indemnización alguna
en virtud de sentencia judicial con motivo de los hechos que
contempla la ley 24043.
Firma
de beneficiario o apoderado Aclaración de firma
------------------------------------------------------------------------------
Me
toca aclararle al teniente qué hacemos en este lugar. Mi
supuesto acento extranjero se me atraganta entre los cables y
el grabador, que me enredan la lengua.
Se
les congeló la lengua a mis nietos cuando llegamos a los
Estados Unidos. Eso fue un circo. Los hijos de nuestros hijos
desaparecidos habían sido aceptados en una escuela de Nueva
York. Para lograr que los inscriban los tíos, que se iban
a hacer cargo de ellos, declararon que los chicos hablaban inglés.
Pero no hablaban ni medio el inglés. Cuando llego ahí
con los tres, y les preguntan el nombre y la edad, los pibes se
quedan helados. Yo tenía miedo que nos mandaran de vuelta,
y le decía al de inmigración: -Y bueno, tienen un
inglés básico- y me contestaba: -Sí, bastante
básico, señora. A todo esto ya se había ido
todo el mundo y estaba yo ahí con los tres, preguntándome
qué hacer.
Me pregunto qué vamos a hacer en este escenario al que
estamos entrando. Al fondo, desde la mesa de roble que abarca
medio cuarto, bajo unas ventanas tan altas que no dan a ningún
lado, un civil nos mira de reojo. Hay banderines en las paredes,
un teléfono y sillones cómodos. El contraste entre
lo acogedor del lugar y lo que sé de su historia me despierta
la imperiosa necesidad de mear. Mientras Kerrie se presenta, pido
pasar. Al fondo a la izquierda. Un baño minúsculo,
con una banderola de vidrios opacos y un inodoro que por suerte
funciona.
El inodoro del bañito chico no funciona.
No cerrar la ventana de la cocina: está trabada.
No apoyarse en el borde de la bañadera: los azulejos
están flojos.
La puerta de atrás no se puede abrir: la cerradura está
rota.
No usar el lavarropas: pierde agua.
No dejar prendidas varias luces a la vez: se saltan los tapones.
Antes
que instale los bultos en mi pieza predilecta, la de Gerardo,
me entregás una hojita escrita con letra cuidadosa, manuscrita.
La síntesis de tu nuevo capítulo de filosofía
humanística, adivino, el nuevo producto de tus largas horas
de meditación. ¡No me esperaba tal ceremonia de recepción!
Te lo agradezco antes de mirarlo. Me acerco a la ventana, abro
la banderola para que entre luz, y leo la lista. Un cuadro detallado
del deterioro que, anónimo y devastador, le va ganando
terreno a tu presente.
¿Te olvidaste que sos arquitecto? No, esos males ya no
se pueden reparar en tu mundo. La destrucción lo abarca
todo y hay que caminar con sumo cuidado para no abolir el precario
balance del edificio. ¿Balance? Ya no hay vigas, ni pilares,
ni columnas que sostengan nada. Tu vida flota en una incertidumbre
que choca con más y más dudas, con problemas que
se multiplican en serie, pero no una serie infinita. Se trata
más bien de una reacción en cadena que estalla al
final. Me agoto sugiriendo métodos concretos para solucionar
cada eslabón: vendamos el departamento, llamá al
plomero, hagamos una nueva llave. No hay llave que engarce en
tu cerradura. Y sigo sin ver que es eso, justamente, lo que te
pasa. Me irrito porque no colaborás. A la angustia la visto
de enojo. Me enoja mi enojo. Salgo a buscarle espantapájaros
a la ira y te dejo solo.
Estoy
sola en el bañito, no veo cámaras por ninguna parte.
Quisiera tirar por el inodoro el lujo electrónico que cargo,
pero me conformo con guardarlo en el fondo del bolso. Me meto
la cédula en la bombacha, no se me ocurre lugar más
seguro para esconder mi identidad.
Escondiste
tus señas de identidad para protegerte y ya no la encontrás.
Hace tres años que no está mamá, se te nota
su ausencia. Estás tan abandonado a tu suerte como el escritorio,
tan opaco como el velador. Tratás de sonreir, pero los
músculos no te hacen caso. Me llevás a recorrer
las habitaciones: las cosas son las mismas pero les sobra una
dimensión de tiempo agobiante. El esfuerzo que hago por
esquivar la angustia me pone nerviosa.
No sé qué hacer con los nervios, que entran en inevitable
cortocircuito cuando escucho, al volver del baño:
-Ella esthá escribiendou un librou.
Nunca
Más
Los libros me ayudan a asesinar tiempos y ansiedades, especialmente
cuando hago cola. En la Secretaría de Derechos Humanos
abro El río sin orillas, de José Saer. Los ojos
del barbudo que espera delante mío se posan en el título.
¿Le interesará? Estoy por explicarle que se trata
de ese río tan mentiroso, el de la Plata, nuestro mar supuestamente
dulce. Una crónica de ese río en realidad tan amargo,
poblado por una multitud estridente de cadáveres flotantes.
La charla de tres secretarias que mastican galletitas al compás
de los chismes del día puede más que mis intenciones
docentes. Los minutos se estiran tanto que están por quebrarse,
entonces le pregunto a mi vecino si alguna de esas mujeres es
la encargada de atención al público. Me responde
que en la otra sala toman declaraciones y que hay una sola persona
cumpliendo esa tarea.
-¡Pero yo no vengo a dar ninguna declaración, sino
a preguntar algo!
Me recomienda que vuelva a insistir, de lo contrario puedo pasar
ahí toda la tarde. Una mujer sale de dar su testimonio,
los ojos llorosos. Es una ex-presa política que está
iniciando el trámite para recibir indemnización
del gobierno.
Yo apenas vine a ratificar que no aparezco en las listas de la
gente que estuvo a disposición del Ejecutivo y que está
autorizada a reclamar. En cuanto me acerco, la secretaria me hace
pasar junto con el barbudo. Antes de sentarme le explico mi caso
y le deletreo mi apellido. Mientras revisa su bibliorato lleno
de nombres, el tipo se da media vuelta y me mira:
-¿Tu testimonio salió en el Nunca Más?
Nunca me sentí más tristemente famosa.
-Sí- balbuceo, confundida por esta pregunta que invalida
las fértiles pruebas de mi inexistencia. Acto seguido
salta mi curiosidad, más empedernida que la duda teológica.
-¿Lo leíste?
Su golpe mortal no se deja esperar.
-Yo transcribí tu testimonio ¿Te llamás
Noemí?
-Nora. Noemí creo que aparece en la misma página.
¡Qué memoria! ¿Escribiste todo?
-No, sólo algunas partes.
-¡Qué casualidad!- repito, como atontada, mientras
me da la mano.
Apenas atino a tomársela, y a mirarlo como a un viejo amigo
al que apenas reconozco después de añares. Mareada
por el impacto de este azaroso testigo que corrobora abruptamente
mi existencia, me retiro de la oficina. Cuando estoy a punto de
cerrar la enorme puerta con banderolas y cortinas descoloridas,
una duda nada metódica me paraliza: ¿oiré
mis pasos al retirarme?
Interrogatorio
Doy unos pasos firmes entre el baño y la sala, con la esperanza
de llamarle la atención a Kerrie e interrumpirle el discurso.
Su cruzada justiciera no cesa: la verdad, sólo la verdad,
nada más que la verdad. Y les habla de su programa radial
sobre las Madres de Plaza de Mayo. ¡Trágame, tierra,
trágame ya! El oficial hace un llamado telefónico
y con toda parsimonia nos anuncia desde su tupido y cauteloso
bigote:
-Las vienen a buscar para llevarlas hasta la entrada.
Te
llevan hasta la salida del mundo, Gerardo, y no me dejan despedirme.
Adiós mundo cruel/ya nunca te veré/ yo diré/
que no te conocí... ¿te habrás despedido
cantando? ¿es cierto que la muerte es azul, es roja,
y es silencio?
No nos dieron mucho tiempo para estar juntos, pero estar juntos
es un decir. Para la hermana menor la vida exige, por definición,
un hermano mayor. Me quedo sin mi premisa, jugando con tu sombra
de pantalones cortos tras la pantalla de la nostalgia. Sombra
de mirada traviesa que se burla de todo. Hasta te reís
como quien canta victoria cuando te operás la rodilla.
Pero para qué, si el asma ya es excusa para no hacer
la colimba.
¿Estarán haciendo la colimba estos soldaditos
de plomo que nos vienen a buscar?
-In-te-rro-ga-to-rio- le susurro a Kerrie.
Me
salvé de varios interrogatorios peligrosos gracias a mi
sangre fría. Una vez, en el Paley de Corrientes y Boulogne
Sur Mer, teníamos un informe que preparábamos con
otros compañeros. Estábamos como cinco en esa mesa,
tres armados. Teníamos el portafolio con el arma adentro,
blindado, con una chapa de acero que servía de escudo.
Y nada más. De pronto entra la policía en patota,
bloqueando las dos puertas. El café estaba lleno y empezaron
por la puerta más alejada a hacer parar a la gente, revisarla
de armas, pedirle documentos. Mesa por mesa, uno por uno, y nosotros
ahí, helados mientras el oficial se paseaba. Cuando se
arrima a la nuestra, le digo: -Ché, negro, a estos revisámelos
hasta los calzoncillos, eh, mirá que son. . . son de la
pesada éstos. El tipo sonrió.
Se acercan a la mesa de al lado -DOCUMENTOS- los hacen parar,
los palpan de armas, van a la otra, a la de más allá,
después a la otra de más allá. Cuando terminan
con la última decimos entre dientes ahora vienen para acá.
El oficial pasa al lado nuestro, me saluda, me hace la venia,
y se va.
Ellos nunca saben
El oficial nos deja en manos de los muchachos. Para calmarme,
me concentro en sus trajes de campaña. Paisaje de Catamarca/con
sus distintos tonos de verde...
Borceguíes, gorras; sobre todo, armas largas. Atravesamos
un puente y seguimos por una ciudad en miniatura, impecable, con
sus edificios antiguos y sus callecitas empedradas.
El prolijo mantenimiento de los edificios blancos y de las persianas
de madera reflejaba la imagen que los hombres de la Armada tenían
de sí mismos: la superioridad sobre sus primos mestizos
del Ejército. -Andersen
Bathurst,
dice un cartel.
-Curhioso: nou han cambiadou los nombrhes dispuéis de la
Guerha dei las Maulvinas. Kerrie trata de entablar conversación
con un soldado que mira al infinito y apunta su perfil hacia el
revés de la voz.
Ellos nunca saben ni opinan.
Cuando
se empezó a anunciar lo de las Malvinas se armó
un revuelo. Todos querían ir a pelear, y de nuestro pabellón
sólo dos no estábamos de acuerdo y nos parecía
un disparate. Prácticamente todos estaban a favor de la
guerra. Creo que ni un diez por ciento de la cárcel tenía
claro que no valía la pena, que era una estupidez tremenda.
Para colmo, ponían la televisión y la radio en el
pasillo para que los presos escucharan las noticias oficiales.
Un periodista arengaba por televisión, diciendo que nuestro
país ganaba la guerra. Ante esas noticias, había
una euforia tremenda. Nosotros pasábamos por traidores:
no sólo no estábamos dispuestos a combatir sino
que además los acusábamos de ser una manga de locos
dispuestos a desatar una guerra que no se puede ganar nunca. ¡Además
de apoyarlo a un militar, a Galtieri! Al final circuló
una lista de voluntarios para ir a pelear. Se anotaron muchísimos
presos. No llegaron a ir, pero hicieron una propuesta, hicieron
reuniones con los jefes del penal, con algunos militares, para
decirles que estaban dispuestos a ir al frente. Apoyar a Galtieri
se consideraba una contradicción menor, un problema interno
de la Argentina. Gran Bretaña era el imperialismo, entonces
contra eso podíamos aliarnos. Todos los argentinos contra
los ingleses. Hasta que llegaron las noticias de la derrota.
Hoy también es miércoles
Kerrie sigue hablando de las Malvinas, de la derrota, y quién
sabe de cuántos temas más. Un monólogo magistral.
Mi adrenalina avanza a una velocidad directamente proporcional
al cuadrado de la distancia que atravesamos. ¡Borrate, ocre
de cuerpos dopados!
-¿Cómo llevaban a las personas dormidas hasta
la puerta?
-Entre dos.
-¿Los arrastraban?
-Los levantábamos hasta la puerta.
-Ellos permanecían dormidos.
-Totalmente dormidos. Nadie sufrió absolutamente nada.
...................................
-¿Se hacían estudios de en qué lugar. .
.?
-Debían hacerse. Me imagino que sí. Mar adentro.
-¿Qué cantidad de personas calcula que fueron
asesinadas de ese modo?
-De quince a veinte por miércoles.
-¿Durante cuánto tiempo?
-Dos años.
-Dos años, cien miércoles: de 1500 a 2000 personas.
-Sí.
- Verbitsky, entrevista a Scilingo
Hoy
también es miércoles. Nos hacen caminar unos diez
minutos a la intemperie. Es invierno, el frío sube por
los pies hacia la espalda, ida y vuelta, ida y vuelta, sin tregua.
Caminás por el cuarto ida y vuelta, Gerardo, como escapándote
de vos mismo, pienso ahora que repaso la escena. Y yo como una
idiota estudiando mis interminables libros de filosofía.
Un despiste total.
Camisa
a cuadros medio salida de los vaqueros, cinturón negro.
Ni te sacás la campera, tu doble azul marino, que te cubre
como un guante. Si no te protege la campera, quién. Mirás
por la ventana a ver si te siguen y me pongo nerviosa.
-¿Por qué no te vas, Gerardo? Los de la Sojnut te
pueden mandar a Israel, algo es algo.
-Sin registro civil no hay aeropuerto. ¿No ves que Graciela
es goi? Para emigrar a Israel hay que casarse, y para casarse
hay que tener tiempo.
No tuviste tiempo. Por eso me hago el tiempo de pisar el quizás
de tus pasos.
La Costa Dorada
Mis pasos dialogan con fachadas blancas, calles empedradas, faroles,
portales, escolleras, techos de teja, balcones con flores. Conozco
todo el vocabulario de perfumes y sabores, sin haber estado nunca.
Abrimos el portón de una casa con nombre: “Los seis
arcos”. La puerta de tu nueva vida en Cataluña, Andrés,
cierra un largo abismo. Abismo que abre el amarillo de tus cartas
y que espío desde mis vertiginosos insomnios en Jerusalén.
Habías emprendido la retirada del Medio Oriente en cuanto
te mencionaron la palabra ejército. El pasaporte israelí
tenía su precio, uno demasiado caro por cambiar de piel.
¿Acaso eras vos ese asombro de pelo corto sin barba ni
anteojos? ¿Esa firma a contramano con ganchos y puntos?
¿Ese sonido más áspero que tu nombre argentino,
para ellos sudaca? ¿Ibas a resignarte a ese ajeno presente
rectangular? Después de darle vueltas al asunto le das
un giro copernicano: aparecés en sobre y con estampilla
desde otra órbita, feliz sobre la lengua roja del buzón,
anunciando tu mudanza a Barcelona. La palabra España es
el primer motor inmóvil que inicia la serie causal. No
tardo mucho en empacar. Ahora vivís en la Costa Dorada.
Toda costa tiene su aura dorada, y la mía aparece en el
horizonte por la ventanilla del tren: Sitges.
-Los trenes que llegan al apeadero número dos siguen rumbo
a Sitges. Los altoparlantes usan palabras raras. Apeadero, ¿qué
es eso?
-¡Pues tía, que aquí hablamos español!
Apeadero es andén. Apenas un trueque de sinónimos
y mi castellano sale andando solito. ¡Qué manera
de deslizarse por las curvas y los precipicios del lenguaje, sin
siquiera cansarse! En este país mi lengua no sufre de parálisis.
No
sé en qué lengua decirles lo que pienso a estos
cuatro elegantes muchachos que nos han escoltado tan amablemente.
Como siempre, ellos encuentran las palabras antes que yo, siempre
en el modo imperativo de cualquier lengua.
-Esperen acá, señoras.
Tendrán
que esperar
-Señora- dice -nosotros tenemos las manos encallecidas
de llevar tantos cadáveres de nuestros familiares a la
tumba. -Coronel- le contesto -ustedes tienen las manos encallecidas
pero tienen las tumbas. Las madres tenemos las manos encallecidas
también, de tanto andar buscando papeles. Pero no tenemos
tumbas porque ustedes se cuidaron de que no las tengamos.
-Tendrán
que esperar hasta que las llamen del despacho- nos informa un
conscripto vestido de marino. No sé cómo romper
el silencio que rodea sus palabras como una amenaza.
En
la cárcel tratábamos de romper el silencio, de generar
comunicación con los demás. Hasta ahí yo
no sabía lo que era hablar morse, pero uno va creando un
vocabulario. Inventamos una forma de hablar con golpes, muy rudimentaria.
¡Para hacer la zeta había que hacer treintitrés
golpes! Mejor hubiera sido escribir con errores de ortografía
y poner la ese ¿no? Después un preso nos avisó
que el jarro al revés contra la pared actuaba como micrófono,
como amplificador, y podíamos hablar. Hablás y por
ahí mismo escuchás. Yo en la cárcel he aprendido
a hablar morse, mudo... qué se yo, todo. El asunto era
no estar incomunicado, porque ese era uno de los problemas más
graves para la salud mental. Así es que hablábamos.
Hablamos
entre nosotras, siempre en inglés. Kerrie la sigue con
que nos van a largar de un momento a otro. Una canadiense, por
definición, no puede entender cómo funciona el universo
bajo la Cruz del Sur. Es el otro lado de su luna, no lo puede
ver.
Sitges
Viniendo de Israel, España es el otro lado de la luna.
Y tal como en la luna se planta un estandarte, instalo en tu cuarto
de Sitges los cuarenta kilos de mis sucesivos hogares. Desparramo
libros, invado estantes con el botiquín que conjura microbios
y melancolías, dejo libre la ventana para que el Mediterráneo
inunde paredes y cuadros. A pesar de mis talismanes un peso agobiante
se me instala en el cuerpo. No sé qué me pasa, me
duele la memoria. Sube la marea de voces que me piden algo, al
unísono. Voces a coro, alaridos en rima disonante controlados
por otra voz superpuesta: la que interroga.
Decir la verdad
-Nos van a interrogar- le explico entre dientes, y mejor que coincidan
las versiones. Ella apela a la lógica: decir la verdad.
Quizás tenga razón. Al fin y al cabo, no hemos cometido
ningún crimen. Pero las razones nada tienen que ver con
el terror.
-Please, Kerrie, don't mention the Mothers again, no hables de
las Madres acá.
Las
Madres hicimos una parada frente a la ESMA. Fuimos una veintena,
a gritarles asesinos y a escribir en el piso: “Acá
se encerró, se torturó y se asesinó gente”.
Y les dábamos volantes a los colectivos que pasaban. Todo
el mundo abría los ojos tremendamente. Cuando los tipos
de la ESMA vieron que se acercaban mujeres con pañuelos
en la cabeza, primero se rieron, después no sabían
qué hacer, después se burlaron, y después
se pusieron nerviosos. Nosotros con los gritos llamábamos
la atención, y unos chicos que salían de la escuela
empezaron a reirse por el lío que armábamos, pero
después se acercaron y se quedaron con nosotras: querían
averiguar de qué se trataba. Y les explicamos. A mí
eso me parece muy importante, porque esos chicos no van a aceptar
la historia oficial. Cuando sean grandes van a decir: no, nosotros
vimos a esas mujeres, y sabemos que no eran locas. Como la ESMA
tiene varios portones y nosotras íbamos de uno a otro,
los uniformados optaron por ir del lado de adentro de las rejas
con fusiles, para estar preparados. Estábamos seguras que
no iba a pasar nada pero, imaginate: del lado de adentro la valiente
muchachada de la armada marcando el paso, y del lado de afuera
las viejas pidiendo por sus hijos. Uno de ellos se acercó
desde su lado de las rejas a gritar:-¿Qué pasa,
por qué tanto escándalo?. -¡Ah! ¿No
sabe lo que pasó?. -Y, no. . . Es cierto, habrá
habido presos, pero. . .Entonces una madre, siguiendo con el tono
de inocencia, le dijo: -Yo le voy a contar qué pasó.
Y le empezó a explicar cómo se torturó gente,
cómo se asesinó, las cosas que sabemos. Hasta le
mencionó un tanque de agua que ellos tenían: se
usaba para meter prisioneros. Y el tipo escuchaba sonriendo.
Los
sonrientes marinos desconfían de nosotras porque hablamos
entre dientes, porque evitamos la puerta de entrada, y porque
surgimos de la nada formulando extrañas preguntas sobre
un pasado remoto del que nadie guarda memoria.
“EL DIA DEL TRASLADO todo era muy tenso. A los detenidos
los empezaban a llamar por el número”, recordaban
varios ex-detenidos desaparecidos de la Escuela de Mecánica
de la Armada. . . [Los prisioneros] eran llevados a la enfermería
del sótano, donde los esperaba el enfermero que les aplicaba
una inyección para adormecerlos, pero que no los mataba.
Así. . . eran sacados por la puerta lateral del sótano
e introducidos en un camión. Bastante adormecidos eran
llevados al Aeroparque e introducidos en un avión que
volaba hacia el sur, mar adentro, donde eran tirados vivos.
–Andersen
Nos
van a tirar de la lengua, quieren saber qué hacemos acá.
Tienen razón en desconfiar, no teníamos la más
remota intención de poner nuestro destino en sus manos,
no pedimos permiso para entrar. Buscamos la manera de pasar directamente
a las canchas de juego. Y lo logramos, así de simple.
A
veces salvarse era muy simple. Una vez estábamos pasando
por un puente con un mimeógrafo y un par de pistolas, en
un paquetón que llevábamos entre dos. No me acuerdo
bien por qué, pero en la salida del túnel había
un soldado tipo Segunda Guerra Mundial, bayoneta y todo el equipo.
El tipo toca con la bayoneta el paquete. -¿Qué llevan?
dice. -Un mimeógrafo, un par de pistolas, le contesto yo.
Entonces el tipo se ríe y nos hace señas para que
sigamos. -Vayan, vayan… Era una salida que daba resultado.
Total, si lo abría, por lo menos no había mentido.
Por lo menos no nos mienten. Nos informan que ante todo debemos
ser interrogadas por la Policía Federal, por haber burlado
sus sistemas de seguridad.
Los
de seguridad se nos acercan y nos preguntan dónde estamos
parando. -No tenemos dónde parar- les decimos. -Pensamos
parar en las vías del ferrocarril. Entonces nos llevan.
-Vengan, vengan que les soluciono el problema- dice un suboficial,
y no sabemos si eso quiere decir que nos lleva presos. Lo seguimos,
y nos deja dormir en un aula de la escuela de policías.
Nos quedamos ahí, rodeados de pizarrones, bancos y uniformes.
Al día siguiente nos invita a pasear por Tafí del
Valle. No estamos muy convencidos, pero aceptamos. Subiendo, hay
una vaca en el camino. El tipo la espanta a un lado, saca la pistola
de la cintura, se la apunta a la cabeza y le pega un tiro. Así
acaba con la vaca y con nuestra tranquilidad. Y se burla de nosotros,
que lo miramos con cara de asco.
Con
cara de mosquitas muertas les explicamos a los inquisidores de
turno: -Nosotras no burlamos nada, señores, nos abrieron
el portón y lo cerraron con candado después de dejarnos
entrar. Nos dejaron entrar sin preguntarnos una sola palabra.
Kiriat Shmone
-Preguntá.
-Pregunto: ¿Qué quiere decir leistakel?
Dibujás la caricatura de un enano con pene en forma de
estaca. Una mujer lo mira con ojos desorbitados.
-Acción de mirar.
-¡Diez puntos, javerá, mea juz, amiga!
Patricia y Nora fabrican cientos de tarjetas ilustradas con los
verbos esenciales del hebreo. Las erres se les atragantan entre
las carcajadas, y se olvidan por un rato que en Kiriat Shmone
se vive una monotonía regulada por timbres. Hora de conversación
timbre almuerzo timbre etcétera timbre timbre timbre. Timbres
para silenciar otros sonidos que rondan el paisaje.
Al volver de un paseo la ciudad está a oscuras, las calles
desiertas. Antes de saber lo que pasa alguien me arrastra hasta
el refugio donde Nesia, la profesora, continúa su imperturbable
clase de verbos irregulares. El edificio se sacude, hay eco de
disparos, la tierra gime, mientras Nesia erige la pantalla de
su indiferencia frente a nuestras narices. Es contagioso. Cuando
subimos vemos cómo los soldados desactivan una katiusha,
bomba que aterriza tras un largo pero veloz viaje desde el Líbano.
Aparece enterrada en nuestra calle: un agujero negro en el asfalto
de nuestro curso de aprendizaje veloz.
-Nuestra
entrada fue tan veloz que no recordamos todos los detalles. Un
camionero de civil manejaba un camión que parecía
del ejército. Se bajó, nos abrió el portón,
y cerró el candado detrás nuestro. Si ustedes llaman
a la policía, nosotras llamamos a la embajada canadiense
para ahorrar tiempo- decimos a dos voces Kerrie y yo.
Florencia
No siempre llamar a la embajada le ahorra a una tiempo. Ocasionalmente
surgen vías más directas para llegar a un país,
que andan perdidas en esquinas, en rincones, o en un jardín.
En ese jardín yo leía a Onetti, y me protegía
de la incertidumbre en que me sumía Juntacadáveres
bajo la sombra de una enredadera. No sabía a ciencia cierta
si estaba en Florencia o en Santa María, si esperaba a
Gabriel o si había aterrizado en una ciudad imaginaria.
Sólo sabía que el libro me calmaba de otras dudas
aún más estridentes que me acuciaban los sueños.
-Ti va di bere un capuccino?
Por qué no. Por primera vez en una semana alguien interrumpe
mi férrea tarea de negar la realidad con letras impresas.
De repente me despierto a una tibia mañana de viñedos
y colinas, y acepto ir con este señor, que sospecho dueño
de la mansión, a tomar un café. El problema es que
la charla me obliga a saltar de mi paréntesis hacia un
mundo que pide explicaciones: que de dónde vengo, que adónde
voy. Es difícil entablar conversación cuando una
anda evitando los bordes del presente. ¿Cómo le
digo que pasado y futuro son fronteras para las que no tengo pasaporte?
Carlo persiste: -Cosa facevi prima de venire?
Ni siquiera sé cómo pasé la frontera de esta
acogedora casona. Sólo recuerdo que me refugié siguiendo
las instrucciones del amigo al que fumando espero. Antes de venir
es concepto remoto, mis neuronas no lo asimilan. El, en cambio,
puede darme un cuadro preciso de su vida: es profesor en la Universidad
de la Colombia Británica. Todos los veranos viene a Florencia
para visitar a su madre, y en agosto vuelve a Vancouver para enseñar
literatura. Una vida de ritmos, de ciclos que se pueden predecir
como las estaciones. Desde su colección de certezas vuelve
a interrogarme, y esta vez decido taparle la boca con una ironía.
-No tengo planes, pero acepto el del mejor postor.
Muchos hombres saborean el papel de guias, maestros o salvadores,
y más aún si lo juegan con una pobre joven desorientada,
frágil y perdida. En cuanto a Carlo se le presenta esa
oportunidad, no titubea:
-Vieni a studiare in Canada- arriesga como en un concurso de preguntas
y respuestas.
Para qué contradecirlo. Los italianos son capaces de prometer
cualquier cosa con tal de ganarse la simpatía de una turista.
Para acabar con tanta historia le doy una dirección adonde
podrá mandarme la solicitud de ingreso a su tan preciada
institución.
-Así
se las arreglan institución con institución, a nivel
internacional. La embajada canadiense puede tratar directamente
con la ESMA ¿Qué les parece?
Kerrie asiente: por fin un acuerdo.
No
me pongo de acuerdo conmigo misma sobre qué rumbo tomar.
De Israel a España: encuentro con Andrés, hombre
que no resulta el de mis sueños. De España a Italia:
encuentro con un hombre que me incita a estudiar en Canadá.
De Italia a Brasil: encuentro con mis padres para estrenar un
año nuevo, si no feliz, por lo menos par: 1980. De Brasil
a Inglaterra: planeado encuentro con Patricia, mi doble. Esas
vueltas se pagan caras a todo nivel, pero la cajera de mi memoria
sobre todo registra mis gastos en la sección desengaños.
Londres
Las líneas aéreas le complican la vida a los pasajeros
que no siguen las conexiones habituales. Mi cita intercontinental
con Patricia es pendular. Oscila entre el 15 y el 18 de julio
de 1981. Como venís de Jerusalén, el punto de encuentro
cae en Londres. Llego el 17 a la tarde. Marco tu número
desde una ruidosa estación de trenes.
-I'm sorry, Patricia is gone- dice un acento inglés.
¿Cómo le voy a creer a esa voz anónima, mentirosa?
¿Cómo aceptar esa voz desfachatada que tiene el
coraje de distorcionar así la información? Llamo
de nuevo.
-Se fue esta mañana. Creyó que no venías.
No sé adónde fue a parar.
Te fuiste. Sin dejar rastro, mensaje, ni siquiera un pedacito
de papel como esos que incrustábamos en el Muro de los
Lamentos para contarle bromas a Jehová. Te busco sin poder
creer que desaparezcas por propia voluntad. No hay caso. Desde
ahora también te llamás ausencia. Ausencia rodeada
de gatos, bocetos, pinceles, tarros y trapos. Ausencia de mirada
verde, hipnotizada por el cactus en la piedra, un perro abandonado,
el sonido de una gota en el estanque, aromas de calles. Ausencia
de manos mágicas que crean personajes en el aire. Te borrás
como aquellas figuras que habías dibujado en las paredes
de tu cuarto. El dueño las blanqueó, y casi no quedó
rastro. Quizás uno que otro perfil espiando a través
de la pintura, vanamente empeñado en perdurar.
Me
empeño en mantener con los inquisidores el tono autosuficiente
que me inventa el miedo, y pido un teléfono. Con tanta
demora no voy a poder llegar a una cita muy importante. La debo
cancelar.
Toronto
Tengo una cita muy importante con el oficial de la inmigración
canadiense. Voy decidida a hacerme entender en mi rústico
inglés, pero me doy cuenta que el problema es otro. En
cuanto empieza el diálogo veo que no puede seguirle el
hilo a la geografía de mi exilio. Mis rutas confunden a
los funcionarios, habituados a cierta coincidencia entre nacionalidad
y territorio.
OFICIAL DE INMIGRACION: ¿Es usted Nora Strejilevich?
Nora Strejilevich: Sí señor.
O.I.: De acuerdo a su solicitud usted es ciudadana argentina
de nacimiento. ¿Correcto?
N.S.: Sí, señor.
O.I.: Y antes de venir a Canadá ¿también
residía allí? ¿Residía usted en
la Argentina?
N.S.: Justo antes de venir, no.
O.I.: ¿Dónde vivía?
N.S.: Estaba en Brasil y de ahí vine para acá.
Viví en varios países. Me fui de la Argentina
hace cinco años.
O.I.: ¿Cinco años?
N.S.: Sí.
O.I.: Y antes de venir a Canadá ¿vivía
en Brasil?
N.S.: Sí, justo antes de venir. Y antes de eso había
estado en otros lugares, pero antes de venir a Canadá
estaba ahí.
O.I.: ¿Cuánto tiempo estuvo en Brasil?
N.S.: Aproximadamente ocho meses.
O.I.: ¿Qué visa tenía?
N. S.: Sólo visa de turista.
O.I.: ¿Entonces no está pidiendo refugio de Brasil?
N.S.: No, señor.
O.I.: ¿En cuántos países vivió antes
de vivir en Brasil?
N.S.: En Israel, España, Inglaterra e Italia.
O.I.: ¿Y estaba usted ahí de manera temporaria?
N.S.: Sí.
O.I.: ¿Y no está solicitando refugio de ninguno
de los paises que acaba de mencionar?
N.S.: No.
O.I.: Voy a leerle la definición de refugiado tal como
aparece en el Acta de Inmigración: “Refugiado es
una persona que, a raíz de un fundado temor a la persecusión
por su raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un
grupo social determinado u opinión política...
está fuera del país de su residencia habitual
y no puede o –debido a ese miedo—no quiere regresar
a dicho pais”. ¿Entiende la definición que
acabo de leerle?
N.S.: Sí.
O.I.: ¿Usted no quiere o no puede regresar a Brasil porque
teme que la persigan por su raza?
N.S.: Brasil no es mi pais, sino el pais del que vengo.
O.I.: Entendí Brasil.
N.S.: Dije Argentina.
O.I.: No lo creo.
N.S.: Sí.
O.I.: Sí, señor.
N.S.: Sí señor.
-Entrevista para solicitar refugio político. Toronto,
1982
Sí,
señor. Pido refugio para dejar de vivir en el territorio
de los mapas donde no coinciden estaciones y ánimos. Pero
el ánimo se me va a los pies cuando me exigen pruebas.
Hay una testigo de mis heridas: una doctora que visité
a mi salida del “Club”. Necesito que presente su testimonio
ante la embajada canadiense. Dice que lo hará desde el
exterior: está por viajar a Europa y desde ahí enviará
la carta. Pasa el tiempo. No llega nada y le vuelvo a insistir.
Dice que consultó con su marido, y que no puede hacerlo,
aunque le prometan la más estricta reserva. Nunca la manda.
Mandan
a un marino joven a que me acompañe al teléfono.
Secundada por su sombra verde oliva paso a una sala donde puedo
hablar. Disco el número de James Petras, un sociólogo
estadounidense que pensaba entrevistar esa tarde. En cuanto me
atiende le explico, siempre en inglés y a 2000 KHz por
segundo, que se acuerde de mi apellido si no aparezco ese mismo
día. Que estoy en la ESMA. No puede creer lo que oye, pero
toma nota.
Sarita
No puedo creer el acento que oigo por teléfono, me llaman
en castellano a mi mundo en inglés. ¿Qué
pasa? Me sugieren que vuelva a Buenos Aires antes de una operación
que te harán, mamá, ese mismo viernes. Voy a pasear
la angustia a la costa, para que la refresque el rocío
de la madrugada. Las gaviotas saben que me tomaré el
primer avión. Por definición una refugiada no
puede volver al país de donde huye, pero las definiciones
a menudo no encajan con la vida.
Hojeo tus cartas en el avión. Tu letra me cincela en
el recuerdo una escultura volátil.
6 de diciembre, 1983
Querida hija:
Dicen que Miguel Angel le dió su expresión a la
estatua del Moisés en base a esta idea: lo que había
impulsado al líder era la resolución de que su
pueblo no podía destruirse a sí mismo, que debía
recibir y obedecer los mandamientos esculpidos en las tablas,
y sobrevivir. Hay que seguir adelante, aceptar las circunstancias
aunque uno sienta que va dejando o perdiendo parte de su existencia.
Es como una operación: a uno le extraen la víscera
enferma o muerta, se cose la herida, cicatriza, y desde afuera
no se nota la falta. Total, "todo" sigue funcionando.
Todo
sigue funcionando como corresponde. Los inuquisidores de la ESMA
no llaman a la policía, pero nos hacen pasar a un despacho.
En el pasillo, viejas máquinas de escribir arrumbada. Adentro,
un escritorio de madera, cuadros con fragatas y oleajes, un par
de ficheros y estantes. Tres uniformes azules cuyas sonrisas pulcras,
pulidas, perfectas, me asfixian el alma.
Trato
de relajarme a pesar de las nubes sofocándome el alma,
busco ojales en el cielo para abrocharles mi ansiedad. A tu estado
le dicen terminal pero no en voz alta, y el susurro me ahoga.
Hay palabras escondidas en otras como piedritas. Ni siquiera por
teléfono se menciona la palabra cáncer.
Traigo revistas que creía de difusión médica.
Resultan folletos militaristas:
LAS CELULAS CANCEROSAS invaden, colonizan, destruyen. Y las
células del cuerpo no son suficientes para eliminar el
tumor maligno. Por muy radical que sea la intervención
quirúrgica, la invasión tumoral continuará.
La terapia consiste en matar las células cancerosas mediante
una guerra química. Es imposible no dañar células
sanas pero se considera justificado casi cualquier daño
acarreado al cuerpo si con ello se consigue salvar la vida del
paciente.
La
guerra y el ejército tienen que ver, pero de otra manera.
Digamos que el ejército te bombardeó con la palabra
desaparecido.
-Esto matará a muchos padres- fue tu presagio.
Y acá estás, en una camilla de hospital.
Ya
nos pasó
Por fin se abren los ojales frente al gesto sabio de tus manos.
Tu
imposible mano me recoge
de agobiadas distancias
me teje itinerarios
que minuciosamente destejen mis palabras.
Tu
nocturna mano en mi mañana
me peina los recuerdoss
y en tus dedos se enroscan dulcemente
bucles de versos.
Tu
mano caracol traza lentos
los bordes de mi infancia
mientras veo mi palma que acaricia
el perfil del dolor.
Dolor
que se calma con tus palabras de antaño: -No serás
más “la nena”, te están creciendo alas.
Seremos tres seres ligados por un amor sólido. Un bloque.
Los
tres marinos actúan en bloque. Cada uno parece recitar
una parte del discurso, pero en realidad habla la institución.
-Queremos saber por qué han llegado ustedes a la ESMA por
una entrada que no es la principal. Imagínense que nosotros
nos metiéramos a la casa de ustedes por el jardín
de atrás. Podrían creer que somos ladrones.
Soy
ladrona de palabras: te copio, mamá, aunque no hayas cumplido
tus promesas: -No te preocupes por mí: sobreviviré
a pesar de mis fantasmas. Además, a nosotros ya no nos
puede pasar nada: YA NOS PASO.
Debe
ser por eso que a ellos nunca les pasa nada. El Comando Conjunto
entró a casa por la puerta principal y nadie desconfió.
Estos señores hablan por la voz de la experiencia. En cambio
nosotras parecemos ladronas de gallinas, principiantes, desconocedoras
de las reglas básicas de la impunidad: actuar a plena luz
del día, sin preocuparse de borrar todas las huellas.
Borraste la huella de la palabra cáncer durante años,
la guardaste bajo la almohada y trataste de sobrevivir sin decirme
mucho. Con el anuncio de las elecciones dejaste que apenas apenas
la sacaran del escondite, aunque sin pronunciarla porque es tabú.
La palabra autorizada, enfermedad, creció tanto que no
me deja espacio para hablarte: me interrumpen preguntas atragantadas
al borde de tus fiebres y curaciones. Las preguntas hacen guardia
a tu lado, cuentan tus parpadeos, tus sueños: ¿Cómo
son los ojos de la muerte? ¿Te deja un par antes de esfumarse?
Las preguntas quieren escarbarlo todo. Quieren aprender lo que
aprendiste, darse vuelta y ser respuestas, pararse para que sigas
de pie, recostarse para estar con vos, abrazarte. Los timbres
del hospital no funcionan y no viene la enfermera; el peso de
una inmensa mole, la paciente de la cama de al lado, se desploma
implacable sobre tu silueta de hoja cada vez que se levanta; los
médicos no vienen a sus citas; papá no encuentra
la palabra ánimo en ninguno de sus cajones. Lo normal en
estos casos.
Me acerco a tu intuída eternidad, sin saber cómo
ni cuándo. Miro la cabecera de tu mundo como espiando un
templo sin atreverme a entrar. Guardo un bosquejo del perfil que
veo dibujarse sobre tu almohada con todas las respuestas. Te llevo
a casa.
Somos
los dueños de la vida y de la muerte
Estás en casa, sin fuerzas para salir del dormitorio, pero
querés seguir ahí, que te dejen tranquila. Hasta
que llegan ellos, los de siempre, con su atropello. Los que tienen
voz y voto, los que deciden por uno en nombre de la Ciencia, del
Orden, de la Religión. Lo mismo da.
-Prefiero dejarme morir, al hospital no.
Interrogatorio no, me repito, cuando sé que eso es justamente
lo que nos espera. Ante la pregunta inicial Kerrie despliega otra
vez su ramillete de temas: los derechos humanos, los muertos,
el artículo del diario sobre los chicos jugando a la pelota
en un lugar así. La juega de periodista. Y yo ¿de
qué la juego?
Yo
la juego de espectadora, porque no tengo fuerzas para oponerme
a papá. Les abre la puerta y tres guardapolvos te alzan
derrotada sumisa acurrucada en tu silla vencida forzada te arrastran
la ambulancia el chirrido del tiempo llegamos la camilla esos
ojos no me claves esos ojos impotencia adiós adiós
este arsenal de lágrimas tus pupilas van y vienen me recorren
no me ven quedate volvé no te vayas todavía tu gesto
fragmentado y ondulante tu brazo se sacude manotea el vacío
me rasguña el espanto no seré yo quien te cubra
la cara atrapada en esa red de reflejos. Me voy.
Eso
fue ayer. Hoy
tu mano ya no me habla
y palpo la matriz de tu ausencia
inaugurada hace sólo un temblor.
Por
eso invento el doble de tu mano
tatuado en el espacio del consuelo
espejo que recobra la forma de tu gesto
en la antesala del olvido.
El silencio es salud
Acorralada en la antesala del recuerdo miro atónita la
escena de siempre: el consabido milico hablándome del otro
lado de un escritorio, del absoluto otro lado. ¿Terminará
diciendo que lo lamenta porque fue un error?
Pero ahora puedo ver lo que pasa, no sólo oirlo. Y lo que
oigo asume variaciones insospechadas gracias a Kerrie, que a fuerza
de citar lo que la prensa internacional dice sobre los campos
de concentración arrasa con toda posible deja vu. Los marinos
no pueden ocultar su sorpresa ante la sinceridad de la periodista.
¿Será un error que insista con esos temas urticantes?
Tal vez no. Un rictus que oculta cierta sonrisa ¿nerviosa?
les aparece cada vez que se pronuncia la palabra desaparecidos.
Creo que les saliva el estómago, como al perro de Pavlov,
pero no podría probarlo.
Kerrie se explaya sobre las Madres. ¿Tiene que mencionarlas
justo ahora?
LAS MADRES, pese al tiempo transcurrido, siguen insitando a
la violencia, agraviando, insultando y alentando a muchos argentinos
que quiern paz a que entren al mundo de la violencia.–Declaración
del Presidente Menem, 4 de mayo de 1994
-No
se le ocurra creerle a las Madres, me advierte Sheller. Además,
eso pasó hace veinte años, y fue una guerra en la
que murió gente de ambos lados.
SE HABIA DECLARADO una guerra, un tipo diferente de guerra,
primitiva en sus formas pero sofisticada en su crueldad, una
guerra a la que poco a poco nos fuimos acostumbrando porque
no era fácil admitir que el pais entero había
sido forzado a una monstruosa intimidad con la sangre. Después
empezó la batalla. Superando todos los obstáculos,
las Fuerzas Armadas encararon la ofensiva. Esta es una guerra
entre el materialismo dialéctico y el humanismo idealista.
Estamos luchando contra nihilistas, contra agentes de la destrucción
disfrazados de salvadores. Todos nuestros muertos, cada uno
de ellos, murió por el triunfo de la vida. –Almirante
Emilio Massera, La Nación, 11 de marzo de 1976
Acá nadie se muere cuando quiere ni vive porque
quiere
Para vos, papá, murió la esperanza. Apenas atinás
a pasear tu monólogo circular por el croquis de tu pasado,
a corregir en el aire los trazos errados. El boceto juvenil de
tu vida se te resquebrajó y ahora que te tiembla el pulso
querés mejorarlo. El balance es pobre: no más hijo,
ni mujer, una hija que llega para volverse a ir. No salís
a compartir tu insomnio con otros, no luchás por hacerlo
público, te falta fe. Por algo subrayaste en rojo aquel
párrafo de Rayuela:
NO
TENIA FE en que ocurriera lo que deseaba, y sabía que
sin fe no ocurría. Sabía que sin fe no ocurre
nada de lo que debería ocurrir, y con fe casi siempre
tampoco.
-Tampoco
le crea a los diarios. Hay muchas acusaciones infundadas que tratan
de desacreditar a las Fuerzas Armadas, pero los periodistas extranjeros
deberían escuchar las dos versiones.
Mi
versión de vos, Gerardo, es un cuerpo macizo y expansivo
asomado al balcón como buscando espacio. Barba rala, pucho
en mano, y una sonrisa leve, como contándote un chiste
sin que nadie se entere.
¿Qué chiste será? Nunca me contestás
lo que te pregunto, gracias si te me acercás al pie de
la cama cuando se te canta, cuando querés oreja y mimos.
Y yo qué. Dale, contame. Nada. Me hablás con la
mirada y te callás.
La
mirada de Sheller -apellido alemán, aclara dos veces- recorre
las páginas del pasaporte de Kerrie, sin prisa. Sazona
cada mirada con una pregunta.
Mi
pregunta esa mañana, papá, creyó que era
un día como cualquiera. Que adónde vas, que cuándo
volvés. Se te veía compuesto, decidido. Que ibas
al barrio de los tíos. Que iba a estar ocupada hasta tarde.
A la noche me recibe la sorpresa de una hoja de cuaderno bajo
la puerta, escrita con trazo tembloroso. La levanto en la oscuridad
y me siento a leerla. Las letras me derrumban.
30 de marzo de 1987
Señorita Nora:
Le rogamos tenga a bien hacerse presente a la mayor brevedad
en la casa de su tía Rosita por un asunto de suma gravedad
antes de mañana 31 de marzo a las 7 hs.
Es muy URGENTE, en relación a SU PADRE.
Nena
tu papá se tiró del tercer piso acá en nuestro
edificio. . . de la escalera da al patio. . . no nos dimos cuenta.
. . le pidió al portero que le abra la puerta de entrada.
. . nos tocaron el timbre. . . no sé qué decirte.
. . Tenés que declarar en la policía. . . ya les
conté algunas cosas.
Tenemos
el tiempo del mundo
En la ESMA me toca declarar frente al escritorio, ante los que
siempre tienen derecho a preguntar.
-Y usted -mastica girando el ángulo de visión:
-¿vive aquí?
-No.
-¿No? ¿y en qué año se fue?
-En 1985.
De tanto mentir con cara de nada la cabeza me va a estallar.
Cuando
la cabeza me estaba a punto de estallar de tanto pensar, se me
ocurrió algo acerca de lo que buscamos las Madres. Queremos
rescatar vidas, sacárselas a ellos. Justamente lo que ellos
buscaban era la niebla, el silencio, y sobre todo el olvido. Recuerdo
una película sobre el holocausto, la Shoa, en que los nazis
decían:- Shneler, shneler, más rápido, más
rápido. Querían hacer su matanza rápido y
sin dejar vestigios. Los de acá tampoco quieren dejar vestigios,
lo que buscan cuando desaparecen a una persona es que no quede
ni el nombre, que se borre hasta el nombre. Traté de imaginarme
qué es lo que piensa una persona encerrada, aislada, en
una noche muy oscura, sabiendo que posiblemente nadie la va a
ver más. Por ahí debe pensar: nadie va a saber ni
dónde estoy, ni dónde me matan. Me borran del mundo,
me borran completamente.
Uno
siente que nadie sabe dónde uno está.Yo pensaba:
en algún momento este hombre tiene que ir a comer, tiene
que irse a su casa, tiene que vivir. Ellos saben lo que uno piensa,
porque me decían: -yo en algún momento me voy a
tener que ir pero va a venir otro, nosotros tenemos el tiempo
del mundo, nadie sabe dónde estás.
Ya
no estás, papá. Saltaste al vacío y el reloj
de tu bolsillo se partió en dos.
El
concepto de alguien
El marino me parte en dos con la mirada, y retoma la palabra:
-¿Cuál es su dirección en Buenos Aires?
-No tengo, estoy de paso.
-¿Se queda con alguien?
-¿Busca
a alguien? Me preguntan en el cementerio.
No por ser eterna esta ciudad deja de ser una ciudad. Con sus
árboles, sus calles, su vecindario. Y su vigilante. Uno
de esos infatigables guardianes se me acerca. Me debe reconocer
el olor, la cara no. No soy de este barrio. Dejo pasar un tiempo
entre su pregunta y mi respuesta. Tengo miedo que me salga gutural.
Trato de colocar las cuerdas vocales para esquivar el grito, y
en eso vuelve a sonar su voz. Un eco cónico, un cucurucho
de corcheas me hace cosquillas con la punta. Que si busco a alguien.
Estoy a punto de largar la carcajada, pero la dejo agarrada a
las paredes del estómago. Que se aguante ahí por
un ratito. No voy a entrarle a este honorable señor con
exquisiteses filosóficas acerca del concepto de alguien.
-¿Se
está quedando con alguien? repite Sheller.
-No, estoy sola.
-¿No tiene familia?
No
le voy a explicar que perdí el mapa de tu tumba, o que
jamás lo guardé porque la estampita de la portada
era demasiado absurda. Lástima. Porque no es lo mismo recordar
la escena sin esa cara de mujer con brillantitos en la aureola
con fondo de arco iris. Era perfecta: una virgen de mirada perdida
observando tu partida. ¿Por qué no?
-Religión,
me preguntaron al llenar los formularios para el entierro.
-Ateo- les dije. -No quiero nada: ni carroza fúnebre, ni
flores, ni tarjetas. Era a-te-o -les repetí. Para que quedara
bien claro.
-Pero si lo paga todo la mutual- señora, no tiene que gastar
ni un centavo.
-Señorita. Y no quiero nada. Temía que te burlaras
de mí si cedía a la tentación del rito. Podías
llegar a hacerme muecas en medio de la seriedad de tu propio entierro.
Era demasiado arriesgado dejarme llevar por la costumbre y hacerle
oídos sordos a tu prédica.
El
que me interroga hace oídos sordos a mis recuerdos y repite
lo mismo de otra forma: -¿Marido? ¿hijos? ¿padre?
¿madre?
Omitiré nuestra saga familiar, no sea que se ponga sentimental.
La
gente se pone sentimental a la hora del entierro. Cuando murió
mamá una tía nos recriminó que abandonáramos
sus cenizas en el herario público. Nosotros las dejamos
sueltas, al aire libre.
No nos va a dejar salir de la ESMA si no digo algo que lo conforme.
Podría inventar algo, total, no lo va a publicar en los
diarios.
Ni
publiqué aviso fúnebre, porque eso de aparecer en
las necrológicas te hubiera parecido de mal gusto. Una
pobre manera de darse a conocer a destiempo.
Nada de cerrar las heridas con ceremonias. A mí que me
queden bien abiertas. La muerte y sus vueltas. No te hago monumentos
pero te llevo en el cuerpo, en las neuronas, en los pies. Te llevo
a pasear, que buena falta te hace. Y en el camino, te cuento el
desenlace de tu propia historia.
-Es
una larga historia- le confieso al marino. En resumidas cuentas,
estoy sola.
Una
sola camioneta celeste estaciona en el lugar indicado y dos tipos
te sacan con cuidado. A medida que sale el féretro veo
perfilarse una cruz de metal cortando la madera en cuatro. Estoy
viendo visiones, me digo, eso se debe usar para sostenerlo. No
tengo nada contra las cruces, bien lo sabés. Pero no es
hora de cargar con el peso semántico del judío en
la cruz. En fin. Tampoco es hora de hacer preguntas. Te bajan,
te dejan en tu lugar, cumplen su función. Toda función
tiene su desenlace, y después cae el telón. Antes
de bajarlo me dan la tarjeta de la virgen con un planito para
ubicar tu morada celestial.
¡Una estampita! ¡la que vendías en las ferias
de chico! Los azarozos círculos del destino nos rondan
con sus simetrías y no puedo evitar la sonrisa final.
Sonríen. Me pregunto si el entrenamiento para marino incluye
la práctica de esa sonrisa ascéptica, pero dudo
que la información figure en ningún registro.
Tu
ateismo no figura en sus registros. Al que no es ni chicha ni
limonada lo ponen en la categoría de cristianos, o en católicos
apostólicos romanos. Me pregunto en qué casillero
te habrán puesto. Llegaste al paraíso sin comerla
ni beberla. Sin haberte confesado ni comulgado, como tanto hace
Videla para no perder su puesto eterno. Te premiaron por no temer
al más allá y ahora que desapareciste de nuestros
modestos espacios mundanos gozás de tu terrenito etéreo.
El
espacio de la oficina se agranda con las uniformes estructuras
gramaticales del marino:
-¿Tiene su documento de identidad?
-Creo que no lo traigo.
-¿Puede buscarlo?
OJO
-Busco a mi padre. Lo enterramos en el 87.
-A los del 87 los desalojaron.
Nos
desalojan del pabellón que ocupábamos y nos trasladan
a otro, con celdas individuales, donde íbamos clasificados
en dos categorías: los que tenían un cartel de OJO,
y los que tenían un cartel de SEMI-OJO. Estaba escrito
con tiza, me acuerdo. Si decía OJO en la puerta, el tipo
estaba solo en la celda, porque era peligroso, y si decía
SEMI-OJO había dos en una celda igual. Después nos
desalojaron también de allí.
Aquí,
como en cualquier ciudad, el que no paga, vuela. Los barrios ricos
tienen edificios fastuosos, llenos de volutas y frases célebres.
Los barrios pobres, como éste, están plagados de
flores almidonadas, algunas acurrucadas sobre raquíticas
cruces de madera. Y tierra, mucha tierra. Te desalojaron del barrio
más pobre del cementerio, casi de un potrero, para trasladarte
¿adónde?
-¿Adónde
estará mi documento? mascullo como una idiota frente a
la cara impávida del marino. Sigo revolviendo la cartera
con cara de yo no fui.
-Las cosas a veces desaparecen como fantasmas ¿no?- retruca
Sheller, ahora casi divertido.
Quitarle
a las cosas su aire fantasmal. Vuelvo a la costa de mis navegaciones,
al departamento deshabitado, para sacarle la penumbra a los objetos;
para regresarlos al circuito de las manos y de las voces; para
devolverles una función, un sentido práctico. Ropa
colgada en los roperos, manteles bordados por tatarabuelas, copas
de cristal de casamiento, baúles opíparos, vestidos
rebosantes de mareas y aromas exóticos, canastas con candelabros
y alguna biblia de tapas plateadas. Todos deben retomar la aventura
de la vida. Vengo a liberarlos de estas paredes, del pasado y
de los pesares. ¿Haré bien en dejarlos ir? ¿Se
habrán acostumbrado al olor a encierro de éstas,
sus habitaciones? Lo siento, no tengo dónde guardarlos.
¿En qué bolsillo meter la platería, en qué
bolso la biblioteca, en qué cartera el vendedor de diarios
de bronce? ¿cómo empacar mapas, abrigos, postales,
cubiertos, tazas chinas, platos, adornos, costureros, partituras,
repisas? Ya que se salvaron del glorioso destino de botín
de guerra, debería apilarlos en una alfombra mágica
y que me sigan por el planeta: una caravana de curiosidades por
el cosmos, a la deriva. Es que yo, tan a la deriva como ustedes,
vuelo por la inmensidad del globo. Pero como a mí me cobran
peaje, procederé a cambiarlos por el vil metal. Sabrán
comprender, queridos amigos. No, no pueden quedarse, lo lamento.
No sería saludable. Tengo que dejarlos. Aferrarse a formas,
a colores, a sonidos, no va con el siglo veinte, con su calendario
de exilios y metaexilios. “Guardamos la ropita en el ropero
pero no hemos deshecho las valijas del alma”. Vamos Gelman,
todavía.
Deberé partir. Deberán partir. Se irán sin
siquiera haberme confiado sus secretos, esos que les susurraron
bocas bajo sombreros esbeltos y tules negros. Europa se remata
en América, quién da más. En la Argentina
de los 90 privatizamos hasta los recuerdos. Generaciones de rusos
y polacos han cargado este arsenal de maravillas, estos bártulos
esplendorosos, para por fin alcanzar la cumbre de su periplo:
ser vendidos por dos pesos en una feria americana, al contado
y con suculentos descuentos.
Los objetos se agrupan en mesas prolijamente desplegadas por las
habitaciones. Clasificados por semejanza, por precio, por casualidad.
Pilas, pares, individuales, todos con su escarapela: el precio,
siempre módico. Exclusividades por una bicoca, el fervor
de los anticuarios:
-¡Pasen, entren, arrasen con todo, que yo me quedo con el
cambio! Con el cambio de vida, de país, de piel. Cambio
historia por consumo, una historia más que se consume.
-Con sumo placer, adelante, aprovechen las novedades.
En
algo andaría
La novedad es que al marino ni mi mentira le preocupa ahora:
-Bueno, por esta vez no importa: dígame el número
de documento.
¿Qué
número puedo marcar para dar con vos, Gerardo? ¿Y
qué les digo cuando me atiendan? No quiero sonar como esas
viejas que hablan maravillas de sus hijos ¿Cómo
les digo que sos el más querible el más simpático
el más inteligente el más malhumorado el más
vital el más amigo?
Señores, el que busco toca la guitarra, tiene debilidad
por el café, juega al fútbol y hace otros deportes,
a veces mira la televisión y cocina mucho mejor que mamá.
Va a campamentos y trasnocha, tiene amigos en varias lenguas,
viaja por el continente y escribe poemas cuando amanochece.
Está por terminar su tesis sobre resistencia de los materiales
pero no resiste ni el metal de la tijera que le tiro a los cuatro
años. Piensa casarse.
Milita, dice ser ateo pero tiene un padrenuestro: que todos puedan
comer, que todos puedan estudiar, que todos puedan elegir. En
algo andaría.
El que busco tiene ojos que hablan, pelo salvaje, tamaño
imponente, voz ondulada y gestos de niño.
El que busco no envejeció, no tiene la frente marchita
ni plateada la sien.
Sabe jugar a las escondidas, al Cisco Kid, al patrón de
la vereda y al ajedrez.
Me enseña a recitar los zapatitos me aprietan /las
medias me dan calor/y el muchachito de enfrente/ me tiene looooooca
de amor.
Es bueno para las matemáticas pero no puede dibujar una
vaca. De chico se encierra en el baño, de grande en su
cuarto, y de más grande lo encierran en un campo.
Vive en una foto carnet en blanco y negro; en una diapositiva
a color, remando en un lago, camisa anudada y panza afuera; en
un cuaderno con cálculos matemáticos; en un par
de zapatos, y en varios programas autografiados de conciertos.
¿Sabe
dónde está su hijo a esta hora?
Ibamos a conciertos, a fiestas, a peñas, a fogones.
Gerardo cantaba, contaba chistes, era muy divertido. Se hacía
el cancherito pero era como un bebé canchero. No era que
fuera seguro, sino que trataba de subsanar su blandura con un
cierto arrojo. Y unos años después le pasó
algo parecido: creyó que le faltaba compromiso, que tenía
que apretar el acelerador y comprometerse más, no sé
cuánto más. Hicimos diez mil campamentos, diez mil
jodas- más bien bromas pesadas, te diría. Me acuerdo
de momentos: Gerardo tenía unas canciones preparadas con
la guitarra, perfectas, con los bajos y todo: unas nenitas que
entonces tenían como trece años y hoy tendrán
noventa lo miraban como si fuera Alain Delon. Me acuerdo una fiesta
en la que se cambió como siete veces la camisa. Hacía
un calor terrible y él aparecía a cada rato con
otra pinta. -¿Qué sos, un desfile de modelos?-,
le decía. Creo que se quería levantar a una mina
y quería impresionarla con sus ochocientas camisas: con
rayitas, rojas, a cuadros. Yo no lo podía creer y le seguía
machacando ¿Qué es esto?
Desaparecidos
pero no tanto
¿Qué es eso? No, un programa no. ¡Un folleto!
Nos hacen pomposa entrega de sendos folletos informativos de la
Escuela. A ella le toca en colores, a mí en blanco y negro.
________________________________________________________
El hombre sólo es libre cuando puede elegir...
Ciencia,
tecnología, futuro...
Lo
hallarás en la
ESCUELA DE MECANICA DE LA ARMADA
_________________________________________________________________
En
la escuela secundaria, donde yo trabajaba como profesora, estábamos
obligados a llevar a los alumnos a visitar unos pueblos inventados
por los milicos. Uno llegaba y a la hora que fuera golpeaba toc
toc y los habitantes tenían que salir y uno ver la casa,
y escuchar el discurso aprendido donde te decían cómo
tenían que agradecerle al ejército argentino por
haberles dado todo eso. Eran pueblos cárceles, al estilo
de lo que se hizo en Vietnam, donde la población tenía
que alabar el destino glorioso que les deparaban los militares.
A esa payasada le llamaban erradicación de población
rebelde.
Cuando
la población tiene que votar debe recurrir primero al padrón
electoral. El método es sencillo: uno busca su inicial
con el dedo índice en una hoja interminable pegada a la
fachada de algún edificio público. En general se
encuentra y verifica adónde le toca cumplir con su función
cívica. Me acerco a una vieja escuela, la de Pueyrredón
y Lavalle, y procedo como corresponde. Pero mi dedo se emborracha,
ve doble, triple, no un apellido sino cuatro. Los leo: ¡Sí!
aquí están: Gerardo, Abel, Hugo ... ¿Por
qué no? ¡desaparecer no equivale a desconocer la
responsabilidad cívica! ¡Estarán desaparecidos,
pero no tanto! Para que caduque su derecho a votar haría
falta probar que no están.
Si desaparece por algo será
Para probarnos su afán didáctico los marinos nos
aclaran que la nave del folleto es una fragata. Mientras hablan
nos guían hacia la puerta de entrada, y piso la vereda
sin mirar para atrás.
¿Por qué no volver atrás, como en los cuentos?
¿Por qué no volvés, hermano?
Decime algo.
-Dígannos
cuándo quieren volver, y estaremos a su servicio, como
siempre, insisten los atentos marinos.
Siempre los ruidos de la noche, parece mi destino estar oyéndolos,
ennumerándolos, tratando de descubrir en ellos la vida
fanfarrona, estridente, que quiere hacerse ver como un faro
en la oscuridad de la niebla y el mar embravecido.
¿A
qué mar te referís, Gerardo? ¿Al mar dulce,
a ese Río de la Plata al que caíste como péndulo?
Dicen que los largaban mar adentro ¿Se acercó tu
cuerpo a la costa como un faro en la oscuridad? ¿Estaba
embravecido el mar?
La hermenéutica como ruta estridente hacia la desesperación.
La interpretación como contrapunto del silencio.
Busco atar cabos, atar tu historia en un nudo que ahogue la incertidumbre,
recuperar una versión con principio, medio y final. Armar
el rompecabezas para calmar esta compulsión de inventarte
posibles pasados, posibles finales. Transformarte en un libro
cuyo final decreto yo, cuyo final queda abierto y sujeto a cambio.
Nobles deseos. Lo que encontré no tenía nada que
ver con la literatura: alguien dijo que te balearon, alguien te
vio en la ESMA. ESMA, fusilaron a Gerardo, ellos decidieron el
final.
Finalmente
nos depositan en la puerta de calle. Pero todavía nos bloquean
la salida sus tres imperturbables cuerpos.
¿POR QUE LA DESTRUCCION DEL CUERPO? ¿Encuadra
acaso el mismo supuesto del crimen individual en el cual se
busca borrar las huellas del acto? No nos parece suficiente
esta explicación. Hay algo más que tiene que ver
con la metodología de la desaparición: primero
fueron las personas, el “no estar”alimentando la
esperanza en el familiar de que el secuestrado sería
puesto en libertad y habría de retornar; luego el ocultamiento
y la destrucción de la documentación –que
indudablemente existió acerca de cada caso-, prolongando
la incertidumbre sobre lo que sucedió; y finalmente,
los cadáveres sin nombre, sin identidad, impulsando a
la psicosis por la imposibilidad de saber acerca del destino
individual, concreto, que le tocó en suerte al ser querido...al
borrar la identidad de los cadáveres se acrecentaba la
misma sombra que ocultaba a miles de desaparecidos cuya huella
se perdió a partir de las detenciones y secuestros. -Nunca
Más
Ni
huella de sus modales autoritarios de hace unos instantes ¡Qué
amables anfitiones! Falta que nos pidan nuestras direcciones en
Canadá para hacernos llegar una postal. Si insisten, les
mandaré una con el diseño de una cara tabicada.
No sea que se olviden de sus ex-detenidos-asesinados.
Esto
no tiene límites (máxima del grupo de tareas
de la ESMA)
En el noventa y cuatro los ex-detenidos-desaparecidos pasamos
a la categoría de existentes y por ende indemnizables.
Vuelvo al viejo edificio de la calle Moreno, la Secretaría
de Derechos Humanos, para conocer los entretelones. Cuando llego
al tercer piso me mandan al primero y del primero me mandan al
tercero. Los del tercero me explican que un desaparecido que se
precie de tal tiene que figurar en un documento oficial.
Si
hace falta probar que estuve desaparecido puedo ir al campo de
concentración y pedirles que certifiquen que me tuvieron
allí entre 1976 y 1977”, me dijo un ex-desaparecido
que vino a solicitar indemnización. Era un se ñor
mayor que seguramente nunca entendió nada y se tragó
un año adentro sin comerla ni beberla.“No señor,
por favor, ni se le ocurra hacer eso,” le imploré.
Una
razón absolutamente lógica determina el pedido de
documentación: como no figuramos en ninguna planilla de
entrada o de salida no se nos puede indemnizar con precisión.
Al final no sé si los desaparecidos somos, estamos, fuimos
o estuvimos, pero seguro que tendremos que probarlo.
No
sé decirte si estaba detenido preso o desaparecido. No
figuro en ninguna planilla, en ningún libro de detención,
en ningún lado. Y por lo tanto no puedo hacer ninguna acción
legal.
Yo
sí puedo iniciar mi acción legal y tramitar una
posible indemnización. El gobierno acabó con la
duda nada metódica sobre nuestra existencia y decretó
que somos y que fuimos. Nos pagarán por ser quienes fuimos.
Los familiares de gente que fue lo que fuimos pero no es como
somos también recibirán una suma de dinero o de
bonos por la llamada desaparición forzada (de sus hijos
maridos padres hermanos u otros lazos sanguíneos). En criollo
podríamos afirmar que se nos va a pagar por haber sufrido
prisión y tortura ilegales y/o por haber sido asesinados,
pero esos términos son legalmente inocuos, literariamente
ineptos y socialmente inaceptables.
¿Qué
vía de escape de la ESMA puede ser socialmente aceptable?
Le hago señales a un taxi. Para que no siga de largo lo
llamo como haciéndole chau al mundo entero.
-Ya verán que el mundo entero nos dará la razón,
es cuestión de tiempo. Lo importante es que se difunda
la verdadera versión sobre la Escuela de Mecánica
de la Armada- recita Sheller mientras le cerramos la puerta del
taxi en las narices.
la
Secretaría de Derechos Humanos me cierra la puerta en las
narices, pero con modales impecables. He decidio pedir la reparación
económica que finalmente nos ofrece el Estado a los ex-detenidos
desaparecidos. Paso una media hora en una oficina escondida donde
me piden tomar asiento y dejar constancia de la información
relativa a mi secuestro: fecha, lugar, período de detención.
Hasta me ofrecen un vaso de agua, un papel y una lapicera. Estamos
en el 2001, en el pais han cambiado finalmente algunas conductas
-me repito mientras resumo lo esencial en un párrafo. Al
final de mi solicitud pido reparaciones desde el momento de mi
secuestro y hasta el presente, ya que mi vida ha sido desmembrada
por estos “hechos”. Me informan que recibiré
una respuesta oficial a la brevedad.
Buenos
Aires, 6 de marzo del 2001
Nota ley 24.043 No 104/01
Señora
Nora Strejilevich:
Tengo el agrado de dirigirme a Ud. en mi carácter de
Coordinadora Técnica de la Unidad Ejecutora de la Ley
No 24.043 de la Subsecretaría de Derechos Humanos del
Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, en relación
a su nota mediante la cual solicita la ampliación del
beneficio previsto en la citada Ley, por los vejámenes
de los que fuera objeto durante su detención ilegal.
Al respecto ... le solicito nos informe si el pedido está
referido al incremento del beneficio por “lesiones gravísimas”(Art.
4º de la Ley 24.043)entendiéndose por ellas las
contempladas en el Art. 91º del Código Penal que
establece: ”Se entenderá como gravísima...
la lesión que produjere una enfermedad mental o corporal,
cierta o probablemente incurable, la inutilidad permanente para
el trabajo...”. Las lesiones gravísimas se caracterizan
por la irreparabilidad del daño causado por la pérdida
absoluta de la capacidad funcional de un órgano, no es
la mera disminución o debilitamiento de una funciómn.
La aceptación del término ENFERMEDAD es la alteración
más o menos grave de la salud, pero debe ser incurable,
al menos en forma probable, lo cual será determinado
por pericia médica. Puede considerarse incurable la enfermedad
cuando las posibilidades desfavorables sean iguales o mayores
que las favorables. El concepto de enfermedad abarca tanto la
patodogía física como la psíquica. La inutilidad
permanente para el trabajo ha de entenderse en el sentido de
un pronóstico “probable” de inutilidad para
toda la vida.
Para el supuesto de que su caso esté encuadrado en lo
anteriormente descripto, debrá acompañar copia
certificada de Historia Clínica del lugar de detención;
Sentencia Judicial que las haya tenido por acreditadas, o Historia
Médica o Clínica con fecha correspondiente al
lapso del beneficio emananda por institución de salud
oficial.
Lástima que el Club Atlético no siga en funcionamiento,
de haber caído en la ESMA hubiera aprovechado mi visita
para solicitarles el correspondiente informe médico. Pero
nunca se sabe: si bien Gerardo pudo haber ido a parar a la ESMA
eso no simplificó su caso. El trámite que inicié
por reparaciones a raiz de su desaparición quedó
en el limbo por años. El ritmo habitual, pensé,
y lo dejé estar. Mientras tanto muchos casos se procesaban,
¿por qué no el nuestro?
Hasta que la voz de la ley se pronunció: Gerardo Strejilevich
cometió un fraude y por eso no se le otorga a su familia
el beneficio de la reparación. El colmo de los colmos.
Los asesinos le robaron a mi hermano la cédula de identidad
y ahora la usan para estafar con su nombre. ¡Los torturadores
roban con identidades robadas! Lo de siempre, concluí con
la nausea habitual. Pero antes de obrar en consecuencia me llegó
otra versión.
Desde los 80 la Universidad de Buenos Aires le seguía el
rastro a un alumno que no había devuelto un libro de física
a la biblioteca. Se trataba de Gerardo Strejilevich. Mis padres
le informaron a la universidad que su hijo había sido secuestrado
y seguía desaparecido desde 1977. Lamentablemente si él
no aparecía el libro tampoco podría aparecer. Pero
las universidades no permiten que este tipo de crímenes
permanezcan en la impunidad. Buscaron a mi hermano hasta el final
y el caso pasó eventualmente a manos de la policía.
Mi abogada, tras luchar contra a la insoportable pesadez del ser,
logró limpiar el prontuario póstumo de mi hermano.
Buenos
Aires, 12 de noviembre del 2000
Querida Nora:
Me pasé la tarde en diversas dependencies de derechos
humanos hasta que encontré la documentación. El
problema es el siguiente: a Gerardo lo buscaban a raiz de un
informe policial que lo acusaba de fraude. Fue citado a presentarse
ante el Juzgado Penal 31 el 16 de diciembre de 1980, y este
es el “problema” ya que, como bien sabés,
desapareció el 15 de julio de 1977.
III
Mi nombre enredadera se enredó
entre sílabas de muerte
DE SA PA RE CI DO
ido
nombre nunca más
mi nombre.
Enajenada
de sujeto
no supe conjugarme
no supe recorrer
el abecedario de mis lágrimas.
Fui ojos revolviendo ayeres
fui manos atrapando jirones
fui pies resbalando
por renglones eléctricos.
No
supe pronunciarme.
Fui piel entre discursos
sin saliba sin vestigios
de dónde ni por qué
ni cuándo ni hasta cuándo.
¡No
podrás jamás decirlo!
jamás decirte, pensé.
Pero escribirás,
escribiré sí
miles de ges de eres de eses
garabatos vicarios
hijos de mi boca
remolinos de deseos
que fueron nombres.
Escribiré
látigos negros para domar
ciertas salvajes mayúsculas
ahogándome la sangre.
Resistiré resistirás
con nombre y apellido
el descarado lenguaje
del olvido.
¿Capítulo
final?
No
te olvides de olvidar el olvido. -Juan Gelman
Una
mujer estaba leyendo mi testimonio y me llamó para decirme
que se quería juntar conmigo para darme un abrazo. Estaba
muy emocionada y agregó: -que sea antes de terminar de
leer tu libro, después quizás me falte valor para
ese abrazo. Una mañana nos encontramos y ella quería
hablar del libro. Yo quería hablar del abrazo. -Vos me
quisiste dar un abrazo porque te sentiste afectada -le dije- estabas
emocionada, tuviste la necesidad urgente de abrazarte con quien
te pasaba todas esas noticias. Quiero decirte que ese es el abrazo
que a nosotros nos negaron. Aparte del dolor, la tortura, el duelo,
toda esa iniquidad, no nos dejaron ni siquiera eso.
Conozco el caso de una muchacha que estuvo en el mismo campo de
concentración que su hermano, en el mismo momento. Ella
sobrevivió, su hermano no. ¿Cuánto tiempo,
mientras viva, va a pensar: ¿por qué no nos dejaron
abrazarnos? Ojalá esa pregunta subsista durante varias
generaciones.
No
me puedo abrazar al pasado, tengo que dejar que suelte su avalancha
de escenas y de voces. Quisiera que se ventile y escape del rincón
en el que lo tengo bastante mal alojado. Que viva una existencia
más llevadera. Por eso decido, en Canadá, ir a hablarle
a un sicólogo.
Espero largo y tendido en una sala, mirando avisos de terapia
gestáltica y ensayando discursos, hasta que me llama a
su consultorio un tipo con pinta de intelectual de los sesenta:
anteojos redondos de metal, pelo enrulado, cuarentón. No
podría ser más adecuado para la ocasión,
se me ocurre mientras le sonrío por no saber qué
decir.
Ante la pregunta de rigor: -What brings you here?- emprendo una
somera descripción de mi caso. Avanzo y retrocedo a los
tropezones, con saltos olímpicos de cronologías,
subidas y bajadas de tono emocional, ambivalencias y olvidos.
Sin abundar en detalles, armo una breve sinopsis para que podamos
entrar en materia. Como hablo mirando hacia dentro no le presto
atención a sus gestos, hasta que al cerrar un largo párrafo
aterrizo en sus ojos.
-¿Está llorando?- le pegunto como para convencerme.
Sí, el doctor está llorando. Se tiene que sacar
los lentes para secarse las lágrimas que pierden la poca
vergüenza que les queda y le nublan la cara.
-No es para tanto, doctor, no se preocupe- atino a balbucear mientras
me acerco, tratando de aplacar el despiadado flujo de agua salina.
Gracias a mis primeros auxilios se calma. Me da cita para otro
día, pero sin esperar su diagnóstico, me doy de
alta.
Alta en el cielo, un águila guerrera
audaz se eleva en vuelo triunfal;
azul un ala del color del cielo,
azul un ala del color del mar.
Alta en el cielo/ un águila guerrera / audaz se eleva en
vuelo triunfal / azul un ala del color del cielo / azul un ala/
del color del mar...
Tarareo, entre divertida y perpleja, las canciones patrias del
colegio. Uno de los métodos para calmar la ansiedad ahora
que floto yo en el cielo. Vuelo hacia el sur, flameo. Otro método
es masticar mis obsesiones como si me contara secretos, para no
traicionarlas jamás.
Quisiera ser como los secretos / no traicionar jamás.
–Rainer María Rilke
Traicionar
es algo parecido a abrir la ventana de una prisión: todos
tienen ganas, pero es raro conseguirlo. Así decía
Céline, y lo sabría mejor que nadie porque lo hizo.
Traicionar es fácil. Lo difícil es tener la ocasión.
Te dí la ocasión, Roberto. El excéntrico
impresor de revistas de filosofía con el que regué
mis veinte años para que crecieran sillas y estantes y
sueños y carcajadas. Traicionar es muy fácil. Basta
correr esas cortinas cursis que nos vendían cuando veíamos
al mundo color de rosa. En la penumbra de la madurez todos los
gatos son pardos. A los pruritos de la inocencia les sobra brillo:
son plastificados, transparentes. La verdad es más turbia,
y cuanto más rápido se la acepta, mejores negocios
se hacen.
Money makes the world go round, the world go round
Lástima que los románticos perdamos la medida del
tiempo, atorados por el diámetro de los sentimientos y
el volumen de las emociones. Hay que apurarse, el único
remedio contra la tristeza es la lectura veloz: una mirada a vuelo
de pájaro más rápida que la decepción.
No es tan difícil, la decepción es lenta: tarda
años en florecer -se riega de tanto en tanto- y da sus
frutos de repente. Frutos enormes, agobiantes, que se les caen
a sus dueños de tan pesados. A mí se me caen en
palabras que hacen ruido de lágrimas contra muros de silencio.
Sos
Samsa
Son muros de silencio las paredes del departamento de Corrientes,
desafiantes ladrillos que luchan contra la humedad que los carcome.
Faltamos cuatro y sobran siete habitaciones en las que conviven
polvo y olvido. Las ausencias, aburridas de tanto abandono, se
cubren con telas de araña que adornan pilas de objetos.
Cuando se largan a correr por el interminable pasillo las atajo
en mi cuarto de Vancouver y las revoleo por el aire. Mariposas
nocturnas que mueren al chocar con el velador de mis insomnios,
preocupados por haberte regalado, Roberto, tantas ocasiones para
decepcionarme. La culpa la tuvo nuestra gloriosa juventud, o mejor
dicho: creer en ella. Esos veinte años impregnados de carcajadas
a dúo, con cenas de lujo sobre cajones de manzanas. Tibios
almohadones bordados de complicidades. Esas imágenes me
nublan la vista y al diluirse nuestras sombras atino a ver que
la metamorfosis ya estaba en marcha. Sos Gregorio Samsa con una
pizca de color local -el de Kafka terminó cucaracha de
tanto trabajar.
12
de enero de 1979
Querida hija:
Como nos pedís que te hablemos de Roberto, te voy a contar
una anécdota. Esta mañana pasó a buscarme
para ir a almorzar al café. Mientras comíamos
yo le hablaba de cómo el hombre puede modificar la materia
con una fórmula matemática, es decir, con una
idea que sólo él descubre en ella.
El me comentó una idea suya de cómo fabricar un
sobre para correspondencia que se reciba mucho más rápido
y sin desperdiciar papel. La charla le interesó tanto
que se le hizo tarde y tuvo que salir corriendo. Se fue volando,
como siempre, con las alas de su portafolio. No pudo esperar
la cuenta.
Papá se equivocó, Roberto, sabías esperar.
Esperaste a que Sarita y Chito murieran y ofreciste hacerte cargo
de lo que quedaba, o sea, de la venta del departamento. Te ocupaste:
el departamento se vendió y te fuiste volando con las alas
de tu portafolio. Los portafolios llenos vuelan bajo, las pilas
de billetes les impiden despegar.
Abrete
sésamo
Con el departamento en mente bajo en tránsito del avión
que me trae de regreso a mi historia. Bajo en Santiago de Chile:
11 grados centígrados, cielo despejado. Cumbres nada borrascosas.
Paso una ventanilla que reza: control de pasaportes, pero un acento
más simpático que la voz me detiene:
-¿Qué hace usté en territorio shileno?
El funcionario me amenaza con el reglamento y el significado técnico
de la palabra tránsito, que excluye por definición
el acto de presentar pasaporte para entrar a un país.
¿Cómo le explico que ando distraída recordando
muros y metamorfosis? Mi reflejos me salvan: saco de la cartera
mi identificación profesiona como quien saca un arma en
las series de Hollywood: con destreza y un dejo de ironía.
Dr. Nora Strejilevich. Latin American Literature
University of British Columbia, Canada
La
llave mágica, la tarjeta del éxito impresa of course
en un inglés diseñado para encandilar pupilas burocráticas.
Sin percibir que mi título de doctora no es de los que
curan, reacciona: sonrisa acogedora. Todo se va a solucionar sin
inconvenientes: -Sígame doctora, faltaba más.
Ya no soy, por suerte, un grumo que se aplasta con estatutos metálicos
y cortantes.
Me diluyo en el magma viscoso de los pasajeros que apenas pasan,
en el horizonte impreciso de los sin tierra. Vuelvo al asiento
correcto, del avión correcto, del país correcto
y lleno la tarjeta de embarque correcta. Pero al despegar descubro
un dato incorrecto: hoy no es diecisiete, mi número favorito,
ni siquiera veinticinco, el segundo que mi lógica supersticiosa
ha declarado ganador. ¡Llegué un día fallado!
Aterrizar un veinticuatro es atroz, una ofensa a mi vapuleado
calendario existencial. La terminación par me arruina la
complicidad con las fechas, me deja a la intemperie como al país.
No me sorprende, ya en tierra firme, que los teléfonos
no funcionen, que los taxistas se peguen como moscas y que un
par de botas de invierno me proteja de los treinta grados con
ochenta por ciento de humedad. Culpa del veinticuatro.
Una voz pronuncia junto a un auricular el estribillo del folklore
nacional: -Fijate que no pude hacer la denucia en la policía
porque no tenían formularios. Un derrumbe mudo me afloja
las piernas. ¡Dadme un punto de apoyo, y prometo no mover
el mundo! Diviso un puesto de diarios y revistas. Para disimular
mi estado de confusión, miro la mercadería con interés.
A ver si todavía sé leer castellano.
HOY
SE CUMPLEN diecisiete años del golpe militar de 1976
O
no sé leer y tengo una imaginación frondosa, o sé
leer y por primera vez en mi desconcertante vida los milicos,
aunque sin proponérselo, me dan un gusto
LAS
ORGANIZACIONES de derechos humanos convocan a una radio abierta
en Diagonal y 9 de Julio, de 8 de la mañana a 8 de la noche
¡El
más alusivo de los diecisietes! Saboreo la noticia:
-EL
GOLPE fue un hecho irremediable que contó con el apoyo
de prácticamente toda la sociedad argentina sin otra
oposición que la del ámbito subversivo- afirma
el segundo Presidente del régimen instaurado en 1976,
Roberto Viola. Pese a la sentencia de 16 años de prisión
que recibió como culpable de graves violaciones a los
derechos humanos, interrumpida por el indulto con que lo benefició
el Presidente Menem junto a otros comandantes militares de aquel
régimen, Viola aseguró que en los años
del “Proceso” no hubo terrorismo de Estado: la expresión
terrorismo de Estado no va. -Clarín, 24 de marzo de 1993
Me
sorprende no tanto el tono contundente de las voces uniformadas,
como que sigan pronunciándose con tanto aplomo. Esos
giros altivos deberían estar pasados de moda. Claro,
con las modas nunca se sabe. Pasó la época en
que se usaban uno o dos colores por temporada: ahora vale todo,
hasta el verde caqui. Como acabo de aterrizar me asusta este
estilo tan permisivo, a ver si me contagio y también
yo me acostumbro. Aunque necesitaría mucha práctica,
es un logro que demanda años de ejercicio. Entre los
que me rodean frente al puesto de diarios no detecto nada de
esa furia, de aquel tumulto de antaño que párrafos
más tenues sabían desatar. Ni pestañean.
¡Atención! Una cincuentona se acerca al Clarín
con gesto apático. El billete que le pasa al vendedor
le dará acceso a las travesuras de nuestros maestros
de la semántica, y a la cotización del dólar.
Aunque ese no es tema de actualidad porque peso y dólar
flotan juntos como hermanitos de leche. Concentro toda mi esperanza
en la señora, a ella sí va a hervirle la sangre
cuando mire el titular y lea el artículo. Pucha, me equivoqué.
La señora pide cambio.
PARA
PERTENECER al Club de los Amnésicos no se necesita
ninguna aptitud especial -ni siquiera una gran falta de memoria,
espontánea o provocada por algún golpe, el envejecimiento
de las arterias o la escasa irrigación del cerebro-,
porque se parte del hecho de que desde el momento de nacer,
todos somos amnésicos, especialmente aquéllos
que creen recordar. -Cristina Peri Rossi
Siempre
Coca-Cola
No todos somos amnésicos. Nosotros, los llamados sobrevivientes,
volvemos hoy al terreno del Club Atlético. Hace tiempo
creí verle la entrada desde el ojo de una cerradura. Ni
ojos ni cerraduras, apenas este polvo surcado por carreteras.
En el descampado donde sólo quedan tierra y viento que
levanta tierra, hay un café con sombrillas blancas y rojas
que rezan “Siempre Coca-Cola”. Lógico: para
que siempre Coca-Cola, a menudo Clubes Atléticos. Ese cartel
es un tomo de economía política, dicen mis pies
pisando el relieve de la impotencia. Impotencia que se embarca
en preguntas retóricas: ¿será el mismo espacio?
Si no hay escaleras, ni mirillas, ni guardias, si los muros no
están, si el feroz dinamismo de las autopistas sepultó
tubos y pasillos ¿será?
-Era un club y es un camino, flor de simbolismo ¿no? Lo
tiraron abajo pero abrieron un camino. Camino que transita sobre
nuestros cuerpos suspendido en un allá que no nos pertenece.
Pero siempre hay peros después del punto y aparte: a medida
que pasan las horas el acá nos empieza a pertenecer. Surgen
indicios, claves de un paisaje a primera vista banal. Se empieza
a leer: “Acá funcionó el Club Atlético”.
Se empieza a pintar: Asesinos. Se oyen cánticos:
Compañeros/ hoy venimos a contarles una historia
/ porque nunca consiguieron arrancarnos la memoria / hace désto
20 años una noche muy oscura / un 24 de marzo empezó
la dictadura.
Manos
borradoras de amnesias consiguen hacer hablar a las paredes que
terminan por esbozar pañuelos, por exigir justicia. Aunque
siga sin parecerse a mi ayer, el lugar promete un sentido.
Voy y vengo por la vereda sacando fotos. Quiero desquitarme de
este paisaje inasible, sin puntos de referencia, duplicando ángulos,
curvas, planos que invoquen un recuerdo. No me resigno a no identificar
la geometría de mi pasado, insisto en el registro pero
pierdo. Quiero decir, pierdo la cámara. Textual y rotundamente,
en un descuido o por pura clarividencia se hacen humo las tomas,
las distancias, los encuadres. Quedo a merced de la incertidumbre
que no logran aplastar mis pasos. Los objetos, que suelen ser
más sabios que uno, me abandonan a la inmediatez de la
mirada.
¿Qué
ves?
Veo veo ¿qué ves? Veo manchas verde esmeralda sobre
el cemento gris. El verde trepa por una columna y veo verde hoja
con matices color nube. Las columnas sostienen una autopista que
arrasó con campo y picanas en el 78. Pero no se arrasan
los nombres, me digo, las almas no se arrasan. Nombres y almas
dan formas de papel maché que veo en las columnas. La forma
del tiempo en exhaustas arrugas grabadas en caras de tinta china;
la forma del dolor en vendas sobre ojos anónimos; la forma
de la bronca en bocas de témpera que se resisten a hablar;
la forma de la fuerza en brazos y puños que se alzan con
el gesto estilizado del símbolo; la forma de la vida en
ojos abiertos al más allá de toda vista posible.
Un ramillete de frentes y perfiles esculpidos da brotes, crecen
ramitas ahí arriba, casi tocan la base de la ruta. Flotan
en el aire, son la intemperie de la historia.
Cumple años nuestra segunda piel de casi dos décadas,
nos convocan la ley de la memoria y de la vida a celebrar aqui,
en las ruinas del Club Atlético. Por eso corresponde llenar
este espacio con vino, con abrazos, con fotos, con canciones,
con poesía. El verde salpica todo negro posible, la apatía
del polvo se acurruca y juguetea el viento entre las manos. Manos
que arman una enorme fogata alimentada por caras impresas. Perfiles
y nombres de verdugos se consumen detrás de implacables
barrotes de soga. Extraños rituales nos convocan. ¿Quema
de brujas? no. Esta es una peña, cantan alegres estribillos
los murgueros, comen asado los amigos mientras arde un horror
de papel.
Me
crucé en la calle con el Turco Julián. Estaba caminando
por el centro con un pibe sobre los hombros Quizá por eso
no me dio ganas ni de pegarle. -Chau, Tito-, me llamó.
Se metió una mano en el bolsillo, sacó un montón
de fichas de subte, y me dijo: -Estoy en la lona, flaco, vendo
fichas para parar la olla, mirá vos. -Ya en el pozo te
decía que eras un forro, un forro que se usa y se tira-
le contesté. Y la seguía: -con todo lo que vos sabés
habrás conseguido un buen laburo. Le dije que no, pero
que me las podía ingeniar sin su ayuda. -Te puedo recomendar
gente importante, mirá que podés ir de parte mía-
insistía. Entonces le pregunté si tenía que
ir de parte de Juan Simón, que es su nombre real, o de
parte del Turco Julián. -De Julio Simón, hijo de
puta, de Julio Simón.
Una
senda nos lleva al escenario donde suben y bajan emociones y festejos.
Un micófono pronuncia mi nombre: no mi código sino
mi nombre. Y sale de ese nombre una voz que resuena a pesar mío,
que se planta delante de mí dispuesta a pronunciar su propio
texto.
UNA
MAGIA PERVERSA hace girar la llave de casa. Entran las pisadas.
Tres pares de pies practican su dislocado zapateo sobre el suelo
la ropa los libros un brazo una cadera un tobillo una mano.
Mi cuerpo.
Palpo
las miradas frente a la sorpresa de esta voz que repite:
PISA PISUELA color de ciruela.
Doy vuelta la página, cruge el papel entre los dedos que
sin querer cierran un círculo, incrédulos entre
imágenes que son y no son ficciones:
¡ME
LLEVAN, me llevan!
El
secreto recorrido de casa al Club Atlético se hace público,
habla hasta por los codos. Las voces del pasado me encarnan. Soy,
somos, el poema:
asesinaron
a mi hermano a su hijo a su nieto
a su madre a su novia a su tía
a su abuelo a su amigo a su primo a su vecino
a los nuestros a los suyos a nosotros
a todos nosotros
nos inyectaron vacío.
Perdimos una versión de nosotros mismos
y nos reescribimos para sobrevivir.
Palabras escritas para que las pronuncie acá, en este lugar
que no es polvo ni celda sino coro de voces que se resiste al
monólogo armado, ese que transformó tanta vida en
una sola muerte numerosa.
|